viernes, 15 de octubre de 2010

Ausencia

Caigo en la mísera lucha que sostengo en mi interior.
La tristeza, pienso, es un león hambriento,
que no se cansa de devorar y de aplastar
Los restos de este amor imposible que me derrumba.
Algunas veces salgo, vivo, observo el exterior,
Y entonces los árboles me parecen muy bellos,
Y los caminos están  llenos de hojas azules
Que traen recuerdos agradables, y me hacen sonreír.
Pero luego vuelvo al oscuro sótano de mi mente,
Al recuerdo de aquella que me quiere y me mata,
Y me duele y me aparta, y me busca y me ahoga.

No sé por qué me saltan las lágrimas si pienso
Que tal vez debería odiarla. No sé qué piensa.
No entiendo por qué juega, si es que juega.
Por qué se acerca y me roza, y me mira y me tiene,
Y se aleja y se pierde y se espera escondida
Mientras ardo, me quemo, me vuelvo cenizas,
Y me apago y sufro, y caigo en la tierra, dormido.
Si sueño, sus labios me saben tan dulces...
Si estoy despierto imagino que saben a tierra,
Y a carne y a leche de pecho materno,
Y a gozo y a gajo de naranja untada con miel.

Vivo dentro de mí. Paseo, escribo, sueño,
Hablo de temas triviales, trabajo, alguna vez troto,
Y sobre todo pienso: en los días que no acaban,
En aquel momento que tanto anhelé una vez,
Y que no llegó jamás. Que no llegará, porque
Aquella ilusión del inicio, los momentos de desdicha,
Las visiones placenteras, nunca podrán ser igual.
Triste mundo este que vivo: hasta el amor se pierde.
Lo matamos poco a poco, entre  juegos con cuchillos
Y palabras que resultan muchas veces venenosas.

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