martes, 23 de octubre de 2012

-Y ahora ¿Qué?

Reposa sobre la mesa. Los pies cruzados, la mano izquierda sosteniendo una quijada de juguete. Piensa. Llevó a sus personajes, sólo tres, hasta el límite de la imaginación, y de pronto no sabe qué hacer con ellos.

-Vamos, que espero tus indicaciones.

El que le apremia vive sin rostro, sin labios, sin ropa, casi despellejado, limpio por lo desconocido. No pidió vivir, y esa vida que tiene, prestada, reducida a diez líneas, no aclara, sino emborrona su físico y sus ideas. Le parece el peor de los destinos.

-¿Avanzo?- pregunta- ¿O retrocedo?

Todo con tal de no quedarse ahí, en un lugar tan tímido en el esbozo, que puede ser pueblo, desierto, carretera o trigal. Huye. O al menos huía. Porque su creador, vacío, seca ya la simiente, lo abandona, encerrado entre algunas palabras que no reconoce como propias.

Pasan los días. El texto, olvidado, cae al suelo. Alguien lo pisa. El héroe intenta gritar, pero su enfado es mudo: no tiene lengua aquel que no tiene labios. Sus enemigos, parece, ya nunca le darán alcance, porque dormitan inertes, entre párrafos y maleza. Una mano los ahoga. A todos. Una mano que, como un vendaval, crea un círculo eterno, un mechón de indiferencia, y así caen, sepultados, mezclados, boca abajo, en la papelera del olvido.

1 comentario:

  1. No intuyo la "esperanza" en este relato aunque es cierto que la inspiración es cíclica y se suceden periodos de sequía con periodos de bonanza. El hecho de dejar tan abierta la interpretación nos permite soñar con el fin de la indiferencia... Supongo que eso explica esa "etiqueta".

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