miércoles, 3 de octubre de 2012

Despedida (Fragmento)

Simón.- No lo sé. (La abraza suavemente) ¿Sabes? Un hombre, una vez, tuvo un sueño.
Sabel.- ¿Sí?
Simón.- Soñó una vez, y eso que no podía dormir.
Sabel.- ¿Y qué soñó?
Simón.- Que su jardín, bajo la tercera palmera, escondía un tesoro.
Sabel.- ¿Y qué ocurrió al despertar? ¿El tesoro estaba allí?
Simón.- Al despertar recordó que no tenía jardín, ni casa.
Sabel.- (Riendo) ¡Pues vaya una historia!
Simón.- Trabajó duramente diez años hasta comprar una casa con jardín. Cuando al fin era suya compró las herramientas precisas, pero comprobó que...
Sabel.- ¿Qué?
Simón.- Que en su jardín sólo había dos palmeras.
Sabel.- ¡Vaya!
Simón.- Así que plantó una tercera. Cuando estuvo crecida el hombre tenía ya setenta años.
Sabel.- ¡Qué desperdicio de vida!
Simón.- Es lo que ocurre cuando luchas por un sueño.
Sabel.- No te distraigas. ¿Qué pasó, entonces?
Simón.- El hombre, ya anciano, arrancó la palmera y comenzó a cavar. Día y noche, con las fuerzas que le quedaban, hasta que encontró una piedra de oro, enorme. Tan grande que no pudo sacarla con sus últimas fuerzas.
Sabel.- ¿Murió el anciano?
Simón.- No te adelantes. Pasó un hombre por allí y le pidió ayuda. El hombre preguntó qué le daría a cambio de la ayuda. El anciano, ocultando como podía el oro, respondió que su casa y su jardín. El hombre fue a buscar una cuerda para sacarle.
Sabel.- ¿Y le sacó? Seguro que le sacó. Todas las historias terminan bien.
Simón.- Tiró de la cuerda. Cuando estaba a mitad del camino, al anciano se le resbaló la piedra de oro entre las manos y cayó de nuevo.
Sabel.- ¿Ya está?
Simón.- Sí. El anciano ya no pudo bajar de nuevo. Ya no era su casa, ni su jardín.
Sabel.- ¿Y cuál es la moraleja?
Simón.- No lo sé. No me gustan las moralejas.

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