martes, 3 de agosto de 2010

El Conductor (Historias de Pineda)

- Hay muchas formas de llegar a Pineda- me decía anoche el conductor- la más sencilla y monótona es el tren. Usted sube en Sants, por ejemplo, y baja en la Plaza de l’Estació. ¿Qué hay en medio? ¡Nada! La monotonía de saber a qué hora sale y a qué hora llega.
- En efecto, es muy monótono. Hasta aburrido- dije yo.
- La forma fascinante es el autobús. Usted espera en Plaza de Cataluña y ahí mismo comienza el juego. ¿Encontrará un atasco? ¿Tal vez obras? ¿Estará iluminado el tramo de Arenys? Pregunta sin malicia, porque jamás iluminarán esa zona.
- Las tradiciones hay que respetarlas- comenté.
- Y, por último, la pregunta crucial que se hace cualquier viajero ¿llegaré con salud a mi destino? Porque la última parada se anuncia como Pineda de Mar, pero es un chiste que Barcelona regala a sus visitantes.
- Un chiste muy gracioso- interrumpí con una carcajada- ¡La de veces que me he reído al llegar a esa gasolinera!
- Ahí comienza la aventura- me explicó.- Desde la parada hay veinte minutos andando por la carretera nacional. Un tramo precioso, de tres kilómetros, con escasa luz.
- Pero lo mejor es cuando, al caminar por la carretera, llega un coche. ¡Tienes el tiempo justo de tirarte a la cuneta! La de veces que lo he hecho ya, y aún me emociono como el primer día.
- Charlando, charlando, hemos llegado al final de la ruta.
- ¡Ahí está la gasolinera!- dije emocionado, y estreché la mano del conductor. Después salté del vehículo con la esperanza de que nada hubiera cambiado desde la última vez: el arcén, la escasa luz,  todo seguía como hace tantos años. Me sentí tan reconfortado que tuve que retar al resto del universo:
- ¡Hombres ávidos de misterio, venid a este lugar, a ver si sois capaces de superar la difícil prueba nocturna!

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