lunes, 16 de agosto de 2010

Slapstick (fragmento)

- ¡Despierta, Harold! Nos están esperando. Hay que pagar.
Frente a mí, serio, un camarero con la cuenta en la mano. Busqué en el abrigo pero no encontré la cartera. Afortunadamente estaba en el bolsillo del pantalón.
- Abrázame, mi feo Harold. ¿Sabes? Hoy  he pasado una noche maravillosa contigo. Me gusta reírme. Las arrugas de la cara se hacen hermosas con una buena carcajada. Y reímos menos de lo que deberíamos. ¿En qué piensas?
- En lo negra que es la noche para los solitarios.
- ¿Qué te importa? Tú no lo eres.
- Cuando estás solo y ves todas estas luces, y a la gente disfrutando en grupo, como manadas... debe de ser difícil.
- Eso que dices, ¿sabes?, es absurdo.
- Hoy te tengo a mi lado. Sujeto tu cuerpo y el mío se estremece. Otras veces camino sin más compañía que mi sombra. Y ésta se oculta en la noche.
- No digas más tonterías, y bésame.
Seguía sin tener sabor, pero era tan hermosa que no la solté hasta llegar a su casa.
- ¿Me traes aquí?- dijo ofendida.
- ¿Dónde quieres que te lleve?
Marchamos hacia la mía. Yo alquilaba una habitación en un edificio pequeño, de tan sólo cuatro viviendas. El dueño, al verme entrar acompañado, agachó la cabeza. No le gustaba que sus inquilinos llevaran visitas. Pero el contrato no decía nada en contra, así que entré con todo derecho en mi habitación, y comencé a desnudar a mi chica.
- Para, para, que me haces daño- gritaba ella mientras trataba de arrancarle el sujetador a mordiscos.
Cuando al fin logré desvestirla, comenzamos a escuchar un ruido extraño. Ocupado en besar a Cynthia, no le di importancia. Pero el ruido era cada vez más fuerte.
- ¿Qué es lo que ocurre?
- No lo sé, por lo general este es un sitio tranquilo.
Nos quedamos en silencio, tratando de averiguar de dónde venía el ruido. No era difícil de adivinar. El dueño, incómodo con nuestra actitud, se paseaba por el pasillo, arrastrando cuanto podía las zapatillas. Además, en algunos momentos, carraspeaba, probablemente siempre que pasaba por delante de la puerta.
Seguí besando, hasta que el ruido se hizo insoportable. Tenía entre mis brazos a la mujer que amaba, y aquel imbécil estaba destrozando el momento que había esperado durante tantos meses.
Me levanté, me puse la camisa y abrí la puerta.
- ¿Qué vas a hacer?- gritó Cynthia.
Sentía tanta furia que, al encontrar al dueño junto a la puerta, le di tal puñetazo en la cara que cayó de espaldas. Otro de los inquilinos, un tal Lars, salió al escuchar el ruido. Me miró con sorpresa, y trató de levantar al caído.
- ¿Qué ha ocurrido?
- Un accidente- respondí.
Debía tener un aspecto absurdo: desnudo, con una camisa mal abotonada y el pelo desordenado.
- ¿Se ha caído?
- Como una pieza de dominó.
Cynthia ayudó al otro inquilino a colocar al dueño en un sofá, mientras yo me vestía. Cuando salí de la habitación, ella estaba explicando lo que había ocurrido.
- Harold tenía sed. Ha abierto la puerta y se ha encontrado de frente con este hombre. Estaba pálido. Ni siquiera ha dicho nada, simplemente se ha desvanecido.
Tenía una cara tan hermosa, y sabía fingir tan bien la sinceridad, que, de no ser porque era yo el que había tumbado al dueño, la hubiera creído. Lars, que no sabía tanto, propuso buscar un médico. Mientras Cynthia le distraía, recogí de la habitación los pocos objetos que poseía, y los guardaba en mi maleta. Antes de que Lars desconfiase de mí, llamé a Cynthia para decirle que se dejaba su maleta. Salí con ella y dije:
- Los tres estamos de acuerdo en que no podemos dejar así a este hombre. Propongo que salgamos en busca de un médico.
- No podemos dejarle solo- dijo Lars.
- Es cierto- respondí, y me senté sobre la maleta.
Lars se quedó pensativo. Miraba al suelo y a Cynthia, una y otra vez, sin decir nada.
- ¿Qué podemos hacer?- dije yo.
Lars ya sólo miraba a Cynthia, y sonreía.
- Uno debería irse con la muchacha, y buscar un médico- propuso al fin-. Iré yo mismo.
Cynthia se echó a reír. Yo preparé el puño, pero consideré que no era necesario repetir la hazaña. Así que me limité a explicar la situación.
- La señorita es mi novia. Supongo que prefiere que sea yo el que la acompañe.
Lars miró de nuevo Cynthia. Ésta, por hacerme rabiar, levantó los hombros con indiferencia. Después me guiñó un ojo. Estaba tan atractiva que no pude evitar acercarme a ella y besarla largamente en los labios.
-De acuerdo- respondió Lars, que ya no necesitaba ver más para comprender que había perdido su oportunidad-. Vayan ustedes en busca del médico.
Cogí la maleta y salimos de allí.

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