lunes, 17 de noviembre de 2025

Ahora Cairo

 Lo conocí en el Cairo, en el museo de Egipto. Había solicitado un guía, alguien que me orientase entre tanta pieza de pasado glorioso. Recorrí con él doce estancias hasta llegar a la roca. Su obsesión. La figura más importante del museo, pese a que la guardaban en una vulgar caja de madera. La abrió como el que abre un estuche de joyas. Supongo, ya que nunca he tenido joyas. Y me mostró el interior. Allí, recubierta de resina, una pequeña estructura triangular del tamaño de un puño, en forma de pirámide. Me dejó indiferente, la verdad. Al menos comparada con las estatuas, las dagas o la avenida de las esfinges. Ni siquiera me dejó tocar la piedra. Dijo que cayó del espacio exterior y había quedado, casi en equilibrio, en la punta de la pirámide de Keops. Una pirámide, insistió, sostuvo otra pirámide. Y mejor así, porque según la leyenda, añadió bajando la voz, si la roca tocaba el suelo acabaría con la civilización existente. Yo miré la roca. Si esa miniatura, pensé, tenía la posibilidad de acabar con la humanidad ciertamente merecíamos extinguirnos. El guía levantó la pieza y la puso ante mis ojos. Ciertamente, tenía una estructura perfecta. El tipo tenía ganas de hablar: “¿Sabe que el antiguo Egipto albergó el primer gobierno capitalista? ¿Y sabe por qué? Porque inventaron la estructura piramidal”. Soltó una carcajada y la roca se escurrió de la palma de su mano. La vi caer y traté de cogerla, ya en mis tiempos era portero de fútbol, con tan buena suerte que logré retenerla a unos centímetros de la tarima, y ese es el motivo por el que estamos usted y yo aquí. 

Terminé de hablar. El policía egipcio se atusaba el bigote, pensativo. 

“Eso no justifica que robara la pieza del museo” dijo, y ordenó detenerme.

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