miércoles, 19 de mayo de 2010

Buscando Trabajo

Edificio de una gran compañía. Un joven entra por la puerta trasera. El vigilante, que está en la principal, comiendo un bocadillo, no se da cuenta de que ha entrado. El chico observa su entorno como si estuviera viendo un museo. Después de abrir la boca varias veces, bosteza. De la primera puerta sale la secretaria. Lleva un vestido floreado que le cubre los pies.

Secretaria.- Buenos días, ¿quería algo?
Joven.- No, gracias. Sólo estaba mirando.

Se miran y sonríen.  El muchacho tiene veinte años, lleva un sobre entre los dedos: su escasa vida laboral.

Secretaria.- No hay mucho que ver. Pero si entra por la puerta del fondo encontrará todos los secretos de la compañía. Es el despacho del director, no le diga que yo se lo he indicado.
Joven.- No hay problema, no diré su nombre. Por cierto, ¿cómo se llama?
Secretaria.- Elena.
Joven.- ¿Helena?
Secretaria.- No, Elena, sin hache. Helena, en cambio, es la directora de ventas, en la segunda planta.

El muchacho levanta la mirada hacia el cielo, y ni aún así es capaz de distinguir la segunda planta, entre tantas que ve. Saluda con los ojos a las alturas, y avanza con los pies hasta el despacho del fondo. Allí encuentra, sentado, al director.

Director.- ¿Qué desea, muchacho?
Joven.- Me llamo Osvaldo.
Director.- ¿Eres Osvaldo? Bien, he aquí un joven prometedor, que pretende hacerse a sí mismo, pero...  ¿Qué desea, joven prometedor?
Osvaldo.- Nada de formalismos. Vengo a alquilarle un trozo de este despacho. Me bastará con la mitad norte. Aunque tal vez me anexione un trozo de la parte oeste... (pasa la mano sobre el respaldo del sillón de cuero) Decididamente quiero el despacho entero. Pero no le podría pagar. Veamos, ¿cuánto pide por este trozo? (Alarga los brazos alrededor de su cintura)
Director.- Muchacho, en ese trozo no cabe nada.
Osvaldo.- ¡Oh! De momento no pido mucho. Quiero poner un puesto de frutas.
Director.- ¿En mi despacho?
Osvaldo.- Sí. Está bien situado. Todos los trabajadores tienen que pasar por aquí para subir a la segunda planta. Si cada uno compra una fruta, en doce años me retiro con las ganancias.
Director.- Suena bien. Digamos que no le vendo esa parte, sino que comparto con usted el negocio.
Osvaldo.- Tendré que subir el precio, si no, no habrá beneficios.
Director.- Haga como desee.
Osvaldo.- Pero antes necesito saber en qué consiste este negocio.
Director.- Eso mismo me he preguntado yo cientos de veces.
Osvaldo .- ¿Aún no lo sabe?
Director.- No. Pero mi secretaria sí. Elena tiene todas las respuestas, pero se niega a decir nada.
Osvaldo.- Tal vez no ha sabido preguntar.
(Osvaldo observa un extraño reloj que hay sobre la mesa)
Osvaldo.- ¡Qué hermoso es! ¿Da las horas?
Director.- Aún no, pero lo estoy enseñando. Antes tenía este otro, que es ruso, pero no me sirve: está adelantado.
Osvaldo.- ¿Y no puede cambiarle la hora?
Director.- ¿Insinúa que toque esa máquina infernal?
Osvaldo.- (Mira con envidia el despacho) Me gusta este despacho. Creo que voy a renunciar a la venta de frutas.
Director.- Es una lástima. Pensaba comprarle una... tal vez dos.
Osvaldo.- ¿Puedo hacerle una pregunta? (El director asiente) ¿Tardó mucho en llegar a este puesto?
Director.- Le voy a responder con franqueza: algo más de una hora. Pero porque era hora punta, si no hubiese tardado veinte minutos, o incluso menos.

El muchacho se acaricia la barba, pensativo.

Osvaldo.- Dígame, ¿usted cree que me darían a mí también un despacho?
Director.- Sin duda. Sólo tiene que pedirlo: en esta planta hay tres vacíos.

El joven se encamina a la puerta y la cruza. El director sale tras él.

Director.- Solo una cosa: cuando le den su despacho, no olvide preguntar en qué consistirá su tarea. Y ya, de paso, pregunte en qué consiste la mía.
Osvaldo.- No se preocupe, así lo haré. Y cuando lo sepa le mando una circular.
Director.- ¡Qué intriga! Ya la estoy esperando...

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