martes, 15 de enero de 2013

Intrusismo (microrrelato)

Me habían presentado como guionista. Yo quise protestar, me gusta más la palabra dramaturgo. Además que no escribo guiones, pero no importa. ¿Y por qué escribe? Me preguntó mi compañero de mesa. Quise responder que no lo sé, pero no es así como se logra una reputación de genio, así que busqué una respuesta más elaborada.
-Tengo una visión de la vida- dije, jugando con el pan- y me gusta verterla en el papel.
La frase fue muy celebrada, y no me importó, porque en parte es cierta. Pregunté a mi vecino de mesa a qué se dedicaba y por qué. Me respondió que era cerrajero, y que abría puertas para ganarse la vida. Era lógico, pensé, y cogí otro pedazo de pan. El cerrajero, que debía estar ahíto, prosiguió sus preguntas. ¿No le importa, dijo como si preguntara pero afirmando, el intrusismo laboral en su profesión? No, respondí por ganar tiempo y acabar con el muslo de pollo.
-En este país- gritó- todo el mundo se cree que puede escribir. Por eso se ven tantas obras mediocres.
-¿Dónde?- preguntaron desde el otro lado de la mesa.
-En el teatro.
-¿Va usted mucho al teatro?- pregunté yo, en voz baja.
-No me gusta el teatro- se sinceró el cerrajero, con una mano en el estómago. Y añadió- y además no soporto que la gente hable de lo que no conoce.
No entendí la frase, ni la mano en el estómago. La posición habitual, cuando  se quiere demostrar sinceridad, es llevarla al pecho.
-¿Se encuentra bien?- pregunté con un ala entre los dedos.
-La carne me ha sentado mal.
Hablaba con pesadez. Como si todos los falsos escritores a los que se refería se le hubiesen tirado al cuello y lo estuvieran ahorcando.
-¿Quiere que llamemos a una ambulancia?
El hombre me miró con altivez.
-No es necesario.
Abrió el bolsillo del abrigo y comenzó a sacar pastillas.
-Tengo espidifent, paracetamol, omeprazol, butilhioscina, bucapina, diclofenaco, amoxicilina e ibuprofeno.
Pensé que las tomaría todas, pero se limitó a tomar un espidifent para el dolor de cabeza y un omeprazol para el del estómago.
-Es lo que mejor me funciona- dijo.
El chico que estaba sentado a su izquierda dijo que el omeprazol sirve para proteger el estómago antes del dolor, no después. El cerrajero no estaba de acuerdo. Desde el otro extremo de la mesa una chica dijo que tenía las piernas hinchadas, y recibió un ibuprofeno. El camarero, al pasar, recibió un paracetamol. Aquello parecía una farmacia. 
-¿Y tú?- me dijo el cerrajero- ¿Qué tal haces las digestiones?
-Bien. Muchas gracias.
-¿No quieres nada?
-No es necesario.
-¿Ni siquiera tiene dolor de espalda? ¿O de omoplatos?
-Pero ¿duelen los omoplatos?
-A mí me han dicho que sí. Más que las amígdalas.
A partir de ese instante noté un leve cosquilleo en la espalda, a esa altura.
-Joven- preguntaron desde otra mesa- ¿tiene algo para el reúma?
-¿Y para el cansancio?- dijo una chica joven que estaba frente a mí en la mesa.
-Yo en ese caso- respondí sin que nadie me preguntara- me conformo con dormir. El cansancio se cura rápido.
Pero ya habían volado dos pastillas. La chica me miró con desprecio, y las mezcló con agua. A mí me seguían doliendo los omoplatos.
No le di importancia, y regresé a casa sin pastillas. Desde entonces, desgraciadamente, siento un dolor que no me deja vivir. Fui al médico y no me dio receta. Dijo que el dolor era psicológico, y que se me pasaría con el tiempo. No se pasa. Tan sólo me alivia frotar la espalda contra la puerta de mi habitación. Pero el dolor vuelve enseguida. Así que voy a dejar las llaves puestas en la cerradura y voy a salir, como distraído, así a la vuelta no tendré más remedio que llamar al cerrajero, para que me cure.

1 comentario:

  1. ¡¡¡¡¡Si Molière levantara la cabeza!!!!!

    Brillante!!!

    Estoy empezando a sentir un cosquilleo en los omoplatos, Jejejeje.

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