jueves, 2 de febrero de 2012

De Cómo me Convertí en Diccionario (Fragmento del monólogo)

Entonces conocí al sabio. Llevaba tiempo mirado mis uñas, tan rectas, y se acercó. Yo lo miré, aún no lo admiraba, porque aún no sabía que era sabio. Tres frases dijo, y las tres acertó. La primera: no querrá usted un cortauñas, aunque para qué, añadió, si luego crecen. Y no querrá usted un reloj de marca, aunque para qué, si seguirá llegando tarde. Y no querrá, imagino, unas gafas de sol de lujo, quiero decir unas gafas de lujo para recibir  el sol, aunque para qué, ahora que estamos en febrero. Lo miré como hubiese mirado a Dios al otro lado de un paso de peatones. Después lo invité a mullir una de las sillas que se encontraban a mi alrededor. No quiso bebida, le bastaba con hablar. ¿Se ha dado cuenta, decía, de que ocho de cada diez kilogramos de materia que hay en el mundo, no son suyos? Es más- añadió- tal vez los otros dos tampoco, pero eso es cosa de la metafísica, y no quiero entrar en tema tan complejo. Sacó la lengua para humedecer los labios, lentamente, primero el de arriba y después el de abajo. Le propuse pedir un vaso de agua. ¿El agua?  El agua, amigo mío, no existe, es una ilusión, una quimera. Si existiera caería hacia otros planetas, sin control, y no es así. El agua es un invento, y sé quienes la han inventado: los que defienden, absurdamente y sin pruebas, que la tierra es redonda. Pues no, no lo es, y para comprobarlo basta con tomar una ruta en línea recta. Tarde o temprano caes al vacío, o sea al agua, que es también el vacío. Le pregunté, escuchad, le pregunté por qué no se puede respirar debajo del agua. ¿Cómo no puedes? Claro que puedes, es cuestión de fe. Si tienes fe respiras, y eso hacen los peces. Ahora, si tienes miedo, te ahogarás, no hay más qué decir. ¿Era o no era un sabio? Pedí un poco de agua antes que se relamiese de nuevo. El mundo se arregla enseguida- me dijo-, y si aún no se ha arreglado ha sido por negligencia, no por falta de interés. Según mis entendimientos, hay dos tipos de solución. La primera, el reparto de riqueza, que jamás se ha de conseguir. Ah, no, no, no se conseguirá jamás, ya se lo digo yo, antes se vuelve mariposa un gusano a que eso ocurra. Pero luego está la otra, la segunda opción, que es el reparto de pobreza, y ese es más sencillo. Que si tú me das parte de tu pobreza, y yo te doy parte de la mía, hasta que sean iguales, el mundo se arregla solo. Me levanté para irme. El sol, como yema de huevo reseco, ahogaba de luz mis retinas. El sabio, que se había quedado sentado, hablaba arrastrando las erres, que iban perforando el suelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario