jueves, 4 de agosto de 2011

Heiffel. fragmento

Adolfino.- (Suspirando) ¡Esto es vida!
Castráñez.- Llevamos horas subiendo esta montaña, ¿y te sientes feliz?
Adolfino.- Mi vida, antes de conocerte, era monótona. Nunca hice nada interesante. Estuve cinco años con una mujer y me aburría tanto...
Castráñez.- Que la dejaste.
Adolfino.- No, me casé con ella. Pensábamos que, como matrimonio, todo sería más divertido. Y no lo fue.
Castráñez.- Y la dejaste.
Adolfino.- Ella decía que si teníamos niños lo íbamos a pasar fenomenal. Yo no quería tener niños, porque además hay que darlos de comer.
Castráñez.- Por eso la dejaste.
Adolfino.- Observábamos parejas con niños, y ¡caray! Sí que se reían. El mundo era una fiesta. Entonces tuvimos un niño. Pero era muy aburrido. Nunca decía nada, y encima había que darlo de comer.
Castráñez.- Fue cuando lo dejaste.
Adolfino.- Pero mi mujer decía: verás cuando sea un poco más grande, y pueda hablar, lo que nos vamos a reir. Y decidimos dejarlo crecer, porque veíamos que las parejas con niños que hablaban disfrutaban más que las otras. El niño creció y tuvimos que ponerle nombre, porque nos preguntó cómo se llamaba. Yo le dije que Oscar. A ver si nos salía tan ingenioso como Oscar Wilde. Pero jamás dijo nada interesante. Recuerdo que le decía: piensa un poco, Oscar, seguro que tienes algo gracioso que decir. Y él callaba. Yo no podía dejar de bostezar...
Castráñez.- Ahora sí que lo dejaste.
Adolfino.- Mi mujer se dio cuenta que las parejas con dos niños se lo pasaban mejor que con uno. Y le llamamos Joaquín. Pero era tan aburrido como Oscar, y además lloraba. Como lloraba en brazos de su madre, me lo pasaba a mí, yo se lo daba a Oscar y él lo devolvía a la madre. Fue el único momento divertido, porque un día, no recuerdo por qué, dejó de llorar. Y nos aburrimos de nuevo.
Castráñez.- ¡Ahí  lo dejaste!
Adolfino.- No, me dejó ella. Había comprobado que las madres solteras con dos hijos se lo pasaban mucho mejor que las madres casadas. Al principio me enfadé, pero luego comprobé que era verdad.
Castráñez.- Yo también vivo solo.
Adolfino.- No, si regresó conmigo a los seis meses. Se había aburrido tanto que se había dejado las uñas largas para capturar moscas entre los dedos índice y  pulgar.
Castráñez.- ¡Qué desagradable!
Adolfino.- Al principio pensé lo mismo, pero era muy útil para cortar patatas.
Castráñez.- ¿Tan largas se dejó las uñas?
Adolfino.- Una noche que me giré en la cama me clavó una de ellas y tuvimos que ir al hospital, porque me desangraba.
Castráñez.- Y se las cortó.
Adolfino.- No. Compró unos protectores para dormir.
Castráñez.- ¿Y no te daban miedo?
Adolfino.- Miedo, no. Sólo un poco de asco.
Castráñez.- ¿Las tenía sucias?
Adolfino.- Qué va. Pero en aquella época comenzó a trabajar en una peluquería, y, claro, para qué iba a usar tijeras. Además, las clientas lo preferían así. Algunas me paraban por la calle y me decían: su mujer tiene unas manos de oro.
Castráñez.-.- Porque era muy buena.
Adolfino.- No,  porque se pintaba las uñas de ese color.
Castráñez.- ¡Qué desagradable!
Adolfino.- ¡Por las uñas de mi mujer! Viene gente. (Se agachan)

1 comentario: