martes, 29 de marzo de 2011

El Dios de los Tautéridos (Microteatro)

La escena transcurre en la tierra de la tribu de los Tautéridos. Éstos, habiendo sido expulsados, malviven junto a la orilla del río, contratados algunos para la construcción de un palacio en sus antiguas tierras. Junto al futuro palacio (que queda a la derecha del espectador, aunque no lo vea) el capataz, con casco, de pie en mitad del escenario, observa los planos sobre un atril. A su izquierda, con mono y casco, el obrero, que atiende a sus indicaciones.

El capataz se inclina sobre el plano, después se levanta y suspira.

CAPATAZ.- Hemos perdido dos semanas. ¿Qué sabemos del suelo?
OBRERO.- La madera no llegará hasta el jueves.
CAPATAZ.- ¿Qué día la enviaron? (El obrero deniega) ¿Cómo va a llegar el jueves si no la envían?
OBRERO.- Han dicho que saldrá hoy mismo.
CAPATAZ.- Hoy es martes.
OBRERO.- Sí.
CAPATAZ.- No llegará a tiempo. (Furioso) ¿Por qué tuve que venir aquí, con lo feliz que era en Roma? Dos meses llevamos y aún no hemos puesto los cimientos. Y luego, este calor asfixiante...
OBRERO.- Esto antes era una selva.
CAPATAZ.- Lo sé: he estudiado el terreno. Hace treinta años incendiaron la selva, y los de la tribu que aquí vivían...
OBRERO.- Los Tautéridos.
CAPATAZ.- Como se llamasen, ¿qué importa? Abandonaron las tierras.
OBRERO.- Obligados por el incendio.
CAPATAZ.- Por lo que fuese. ¡Qué más da!
OBRERO.- Y por la violencia de los invasores: muchos fueron asesinados.
CAPATAZ.- ¿Me vas a hablar de política?
OBRERO.- Ahora malviven al otro lado del río.
CAPATAZ.- Poco me importa (Molesto) ¿Por qué no hay nadie en la obra? ¿No estarán jugando otra vez a las cartas?
OBRERO.- Seguro que no. Lo que ocurre es que, como no tenemos material para las vigas, pues...
CAPATAZ.- Tienes suerte de que este palacio no sea para mí. Nunca he tenido fortuna, pero daría uno de mis ojos por alcanzar un puesto respetable.
OBRERO.- Lo entiendo.
CAPATAZ.- ¿Qué vas a entender? Si tuviera un poco de poder, te sacaría hasta la última gota de sangre. ¡Ah! ¡Qué bello vivir cuando los demás hacen lo que deseas! ¿Qué pasa con los trabajadores?
OBRERO.- Voy a ver qué ocurre (Sale por la derecha, en dirección a la obra)
CAPATAZ.- Desgraciado de mí, qué mala suerte tengo. ¿Para qué vendría a la selva, con lo bien que vivía en Roma? Y ahora este se quedará con los otros, apostando a las cartas. Esto, esto es un desastre. Sí, un desastre. En dos años seguiremos aquí, pasando calor, picados por los mosquitos, e invadidos por la pereza... ¡Si esto es una obra, que venga dios y lo vea!

Aparece a su espalda Koptocoro, el dios de los Tautéridos. Lleva en la mano izquierda una calabaza que lo representa. En la derecha una lanza. Tiene barba negra que cae sobre la cara como si se tratara de un carnero.

KOPTOCORO.- He venido.
CAPATAZ.- (Sorprendido) ¿Perdón?
KOPTOCORO.- He venido por vosotros.
CAPATAZ.- (Lo observa con curiosidad) Vaya, pues me alegro. ¿Y qué deseas?
KOPTOCORO.- He venido a liberar a mi pueblo del ataque de una tribu extranjera.
CAPATAZ.- Está bien.
KOPTOCORO.- Koptocoro ha hablado. ¿Dónde está vuestro jefe?
CAPATAZ.- No sé a quién buscas, pero soy el capataz de esta obra, que avanza con retraso.
KOPTOCORO.- Entonces ¿Eres el jefe?
CAPATAZ.- Más o menos.

Sigue mirando los planos. El dios golpea con el talón el suelo, y levanta la calabaza por encima de su cabeza.

KOPTOCORO.- Entonces serás el primero en morir.
CAPATAZ.- Algún día.
KOPTOCORO.- Mi pueblo, hoy, será libre.
CAPATAZ.- ¿Quién es tu pueblo? ¿El grupo de holgazanes que juegan a las cartas en lugar de levantar el palacio para el que se les ha contratado?
KOPTOCORO.- Has pervertido su voluntad. Los Tautéridos no serán esclavos de nadie. Hoy recuperarán sus tierras.
CAPATAZ.- ¿Vas a hacer una revolución? ¿Quién te crees que eres?
KOPTOCORO.- (Solemne) Soy Koptocoro, el Dios de los Tautéridos.
CAPATAZ.- No te había visto antes.
KOPTOCORO.- Hace treinta años que no bajo a la tierra.
CAPATAZ.- ¿Y qué piensas hacer? ¿Amotinar a tu tribu?
KOPTOCORO.- No es necesario, yo mismo puedo vencerte.
CAPATAZ.- La burla es graciosa.
KOPTOCORO.- ¿Qué burla?

El Capataz se quita las gafas y se frota los ojos.

CAPATAZ.- Si eres un dios, podrás responderme a una pregunta.
KOPTOCORO.- Claro.
CAPATAZ.- Digo yo, sin ofender: ¿en tu tribu hay un más allá? Porque allá, en Roma, se dice que sí.
KOPTOCORO.- ¿Cómo más allá?
CAPATAZ.- Se dice que después de morir vivirás de nuevo.
KOPTOCORO.- Eso es absurdo. ¿Quién va a vivir después de morir? Cuando te mueres no hay nada.
CAPATAZ.- ¿No hay un paraíso?
KOPTOCORO.- No sé qué es un paraíso. Escucha: la muerte es el final. ¿Qué puede haber después?
CAPATAZ.- La amenaza de un infierno, para controlar la voluntad de los hombres.
KOPTOCORO.- En mi tribu no es necesario, los domino con el sonido de un trueno.
CAPATAZ.- Si yo tuviera el poder del trueno... pero basta con mis sueños de grandeza. ¿Cómo es posible que asustes con un trueno?
KOPTOCORO.- Tú mismo lo comprobarás si no devuelves este terreno a mi tribu.
CAPATAZ.- Tendré que oirlo, porque no tengo poder, aún, para hacer lo que me pides. Bah, nunca tendré ese poder...
KOPTOCORO.- Tal vez no soportes su furia. Algunos se volvieron locos.
CAPATAZ.- Tal vez. Prueba...
El dios levanta la lanza y se escucha un trueno con poca fuerza, casi de juguete..

KOPTOCORO.- (Justificándose) Hace treinta años sonaba más fuerte, tal vez porque esto era la selva...
CAPATAZ.- Claro, claro. Ahora, con tanto ruido...
KOPTOCORO.- Los hombres de mi tribu mataban por orden del trueno.
CAPATAZ.- Sin duda.
KOPTOCORO.- En cambio usted... Si yo le pidiese, en nombre del trueno, que se marchara de aquí y devolviera las tierras a mi tribu ¿lo haría?
CAPATAZ.- Por supuesto... que no.
KOPTOCORO.- (Tiránico) ¿Y si doy otra muestra de mi poder?

Levanta la lanza, suena un segundo trueno, tan suave como el anterior, y cae desde la parte izquierda del escenario una calabaza, que termina a los pies del capataz.

CAPATAZ.- (Mirando la calabaza) En ese caso... tampoco.

Se ríe y coge la calabaza, que sostiene en el aire. El dios, molesto, inclina la cabeza. Entra el obrero por la derecha y pasa por detrás de ambos. Entonces se detiene y se gira, junto a la entrada de la izquierda. Asustado, cae de rodillas.

OBRERO.- Tú debes ser, tú debes ser...
KOPTOCORO.- (Se anima de improviso) ¡Yo soy! Al capataz) ¿Ha visto? Soy conocido.
OBRERO.- ¡Koptocoro, mi Dios! ¿Qué haces aquí?
KOPTOCORO.- (Emocionado) ¿Has dicho “mi Dios”?
OBRERO.- Has de saber, oh, supremo, que soy uno de los Tautéridos. Fuimos expulsados de nuestra aldea y ahora malvivimos en esta triste obra. Todas las noches te pedimos nos restablezcas nuestra tierra, la salud, y la felicidad.
KOPTOCORO.- Deseo a deseo, ¿eh?
CAPATAZ.- ¿Cantan a una calabaza?
OBRERO.- Es un símbolo tan válido como cualquier otro.
CAPATAZ.- ¿Y funciona?
KOPTOCORO.- Por eso estoy aquí, he escuchado sus cantos.
CAPATAZ.- La broma comienza a ser absurda.
KOPTOCORO.- ¿Harás lo que te pida?
OBRERO.- ¡Hasta la muerte!
CAPATAZ.- Dichosa manía tienen los de esta tribu con la muerte.
KOPTOCORO.- Entonces cumple lo que te ordeno. Acaba con tus enemigos, derrota su dios, esquilma sus bienes.
CAPATAZ.- ¡Pobres de nosotros! Me aburro (vuelve a mirar los planos)
OBRERO.- ¿A quién debo matar?
KOPTOCORO.- (Señalando al capataz) A él.
CAPATAZ.- ¿A mí? ¿Por qué a mí? ¿Qué tengo que ver con vuestros problemas?
KOPTOCORO.- Destruiremos la obra.
CAPATAZ.- ¿Vosotros dos?
KOPTOCORO.- (Levantando la calabaza) Así se hará.
OBRERO.- (Señalando al capataz) ¿Por qué tiene una calabaza?
CAPATAZ.- Es tuya. No me des las gracias.
OBRERO.- Escrito está en el libro sagrado de los Tautéridos: “el arma mortal surgirá de la calabaza”.

Extrae del interior un cuchillo enorme.

CAPATAZ.- Debería leer más a menudo, tal vez me hubiese enterado.
OBRERO.- ¡Muere!
CAPATAZ.- (Evitando el cuchillo) Nunca fui hombre de acción, y ahora me arrepiento.
OBRERO.- Deja de correr, gusano.
CAPATAZ.- Eso depende de ti.
OBRERO.- Afrenta la muerte.
CAPATAZ.- ¿No te he dado trabajo?
OBRERO.- Sí.
CAPATAZ.- Y, además, ¿no te pago por él?
OBRERO.- Muy poco.
CAPATAZ.- Pero te pago.
OBRERO.- Sí.
CAPATAZ.- Entonces, ¿por qué me persigues?
OBRERO.- Porque lo manda mi Dios.
CAPATAZ.- Quién fuera tu Dios, que así logra que te muevas.
OBRERO.- Ya ves.
CAPATAZ.- Lo que tampoco entiendo...
OBRERO.- ¿Qué?
CAPATAZ.- ¿Cómo es posible?
OBRERO.- ¿Qué murmuras?
CAPATAZ.- (Agotado) No puedo hablar mientras corro.
OBRERO.- No es tan difícil.
CAPATAZ.- Para ti, que estarás acostumbrado.
OBRERO.- (Se detiene) ¿Qué ocurre?
CAPATAZ.- (También se detiene) No lo entiendo (al Dios) ¿Por qué no me atacas? Entre dos es más sencillo.
KOPTOCORO.- (Con Orgullo) Los dioses inspiramos batallas, pero nunca nos manchamos de sangre.
CAPATAZ.- ¡Cobarde!
KOPTOCORO.- Es una antigua tradición.
CAPATAZ.- ¿La cobardía?

Huye. De pronto se coloca entre el dios y el obrero.

CAPATAZ.-  (Al público) Con este gesto todo cambia. (Al obrero) ¡Ten cuidado, no vayas a herir a tu Dios!
KOPTOCORO.- Desgraciado, no sabes lo que haces.

Se suelta de un golpe y trata de salir volando, pero cae al suelo.

KOPTOCORO.- Hace treinta años funcionaba.
OBRERO.- Creo que saltabas entre los árboles.
KOPTOCORO.- Es posible. Debería ensayar un poco.
CAPATAZ.- (En su espalda de nuevo) Suelta el arma.
KOPTOCORO.- No hagas caso. No puede nada contra mí.

El capataz forcejea con él, pero no logra moverle de su posición. Frustrado, le arranca la calabaza de las manos. Entonces busca en ella un arma.

KOPTOCORO.- ¿Qué haces?
CAPATAZ.- Busco el arma.
KOPTOCORO.- ¿Qué arma?
CAPATAZ.- La que contiene la calabaza, lo decía vuestro libro sagrado, ¿no?
KOPTOCORO.- ¡Pobre idiota! En esta calabaza no encontrarás un arma.
CAPATAZ.- ¿Ah, no?
OBRERO.- ¿Seguro que no?
KOPTOCORO.- Me hacéis dudar. Tendré que mirar los estatutos.

Se sienta y saca un libro.

OBRERO.- (Baja el cuchillo) Habrá que esperar.
KOPTOCORO.- Uy, no te va a gustar lo que estoy leyendo.
CAPATAZ.- ¿Os decidís o le saco el zumo a la hortaliza?
KOPTOCORO.- (Con desprecio) ¡Es una cucurbitácea!
OBRERO.- ¿Qué ocurre?
KOPTOCORO.- (Leyendo) El poseedor de la calabaza...
OBRERO.- Sigue.
KOPTOCORO.- Será el nuevo Dios, superior a todos los demás.
OBRERO.- ¿Eso dice? (El Dios afirma) ¿Dónde?
KOPTOCORO.- Versículo cuarto, párrafo primero. Lee.

(El obrero lee el párrafo completo. El capataz deja de hurgar en la calabaza, y se acerca)

CAPATAZ.- ¿Qué estáis diciendo? ¿Soy el nuevo dios?
OBRERO.- Bueno, la información no está del todo clara. Tal vez un abogado...
KOPTOCORO.- Nadie lee el versículo cuarto.
OBRERO.- Sí, no tiene importancia.
CAPATAZ.- ¡El poder, tengo el poder! (Levantando la calabaza) Arrodillaos ante mi. (Lo hacen de mala gana) ¿Dónde está mi reino?
OBRERO.- (Con desdén) Lo estás pisando.
CAPATAZ.- Es verdad. Pues bien, como jefe... como DIOS vuestro que soy, os ordeno...
OBRERO.- ¿Qué?
CAPATAZ.- (Tira a un lado el casco) La reconquista.
OBRERO.- ¿Cómo?
CAPATAZ.- (Orgulloso, se sienta frente al público) Que cojáis todas las piedras, palos y calabazas que podáis, os reunáis con vuestra tribu, y marchéis a reconquistar vuestras tierras.
OBRERO.- ¡Hurra! Así se hará.
Se levanta y sale por la derecha.
CAPATAZ.- (A Koptocoro) ¿No me has oído?
KOPTOCORO.- Es que como soy un Dios...
CAPATAZ.- Inferior a mí ¿recuerdas?
KOPTOCORO.- Sí (Se levanta, antes de salir) ¿No vienes?
CAPATAZ.- ¿Eh? No, mejor os espero aquí. Ya sabes: Los dioses inspiramos batallas, pero nunca nos manchamos de sangre.

Sale Koptocoro mientras el capataz le mira, sonriente. Telón.

2 comentarios:

  1. Realmente muy divertido. Me recuerda al gran Terry Pratchett, aunque conociendote seguro que no has leído nada de él.

    ResponderEliminar
  2. ¿Te refieres al escritor británico de fantasía y ciencia ficción cuyas obras más conocidas corresponden a la serie discworld? Pues no, no he leído nada suyo, pero estoy mirando su biografía en la wikipedia, jejeje.

    ResponderEliminar