martes, 1 de febrero de 2011

La Lavadora. Teatro Breve.

Una habitación oscura. Es de noche. Eusebio coloca los pantalones sobre una silla. Se escucha el ruido de la puerta. Entra alguien.

EUSEBIO.- ¿Quién es usted? ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
LADRÓN.- La llave estaba en la puerta. No tuve más que girar.
EUSEBIO.- Sí, eso es cierto. A veces me ocurre. Pero aún no me ha dicho quién es.
LADRÓN.- Un vecino, no tiene que alarmarse.
EUSEBIO.- ¿Un vecino? ¿Se cree que no he leído las líneas de arriba? Usted es un ladrón.
LADRÓN.- Claro, claro. Vengo a llevarme todo lo que tenga.

Eusebio señala el cuarto.

EUSEBIO.- Por mí puede llevarse lo que quiera. Bienes no poseo...
LADRÓN.- ¿No tiene joyas? ¿Y relojes de oro? Supongo que tampoco tendrá dinero...
EUSEBIO.- Si tuviera algo de eso ya lo habría vendido para irme a otra parte. ¿Pero usted se ha fijado qué casa ha elegido para robar?
LADRÓN.- Es mi primer robo. Elegí este barrio porque es sencillo: aquí la policía no patrulla.
EUSEBIO.- Porque no hay dinero.
LADRÓN.- Algo podré llevarme. Esos pantalones, por ejemplo.
EUSEBIO.- Lo lamento, pero son mi uniforme de trabajo.

El ladrón cierra los puños con rabia.

LADRÓN.- ¡Pues yo no me voy de aquí sin llevarme nada!
EUSEBIO.- Ahora que lo pienso, el vecino del bajo tiene una lavadora automática. Si quiere le ayudo, y así nos llevamos la trompeta de su hijo.
LADRÓN.- ¿Le gusta la música?
EUSEBIO.- ¿A mí? No. Pero al niño tampoco.

Bajan por una escalera desconchada, y llegan al bajo. El timbre cae al suelo según lo pulsan. De fondo se escucha un “do” lastimoso, casi cruel, de trompeta.

EUSEBIO.- (en voz baja, al ladrón) Y esto sin pulsar un solo pistón, imagine cuando intenta hacer escalas.

Se abre la puerta. Sale un vecino refunfuñando.

VECINO.- Otra vez el timbre.

Lo levanta y lo pone en su sitio.

VECINO.- Usted es vecino, ¿no?- Eusebio asiente- ¿y qué quería?
EUSEBIO.- Será mejor que pasemos.

Entran en la casa. Sobre el sofá, brillante, la trompeta, con todo incluido: los tres pistones y el sonido desagradable en su interior. El vecino espera a que hablen los visitantes.

LADRÓN.- Buenos días. ¡Qué hermoso día hace, eh! Pero qué bello, qué agradable, qué lúcido, qué...
VECINO.- ¿Qué quiere?
EUSEBIO.- Que necesito una lavadora automática, y he venido a robarle la suya.
VECINO.- ¡Valiente imbécil! Ni hablar.
LADRÓN.- Ya te dije que no querría.
EUSEBIO.- Insiste...
LADRÓN.- Me la voy a llevar, aunque sea a plazos.
VECINO.-  ¡Idiota!
LADRÓN.- ¿Cómo?
VECINO.- Que es usted un idiota, un zascandil.
LADRÓN.- Como siga... me va a faltar al respeto.
VECINO.- Salgan de mi casa.
LADRÓN.- Yo sólo salgo de aquí con la lavadora.
EUSEBIO.- Y dígale a su hijo que deje de asfixiar la trompeta.
VECINO.- ¿Hijo? Yo no tengo hijos. La trompeta la toco yo. Y si no le gusta se va a vivir a otra parte.

El ladrón decide actuar.

LADRÓN.- Voy a coger la lavadora.

Ninguno de los dos le escucha.

EUSEBIO.- ¡Ya está bien con la trompeta!

Se abalanza sobre ella, y la sujeta a la vez que su dueño.

LADRÓN.- ¿Alguien me dice cómo se saca el enchufe?

El ladrón arrastra la lavadora por el comedor, mientras los dos vecinos tiran del  instrumento. Sale a la calle. Mete la lavadora en la furgoneta. Cuando arranca, la trompeta cae desde una ventana y le golpea en la cabeza, dejándole inconsciente.

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