Seguimos bebiendo. A cada copa un nuevo brindis. Brindamos por el cine, por el teatro, por los sueños incumplidos, por el sufragio universal y por el sabor del chocolate. Después me pidió que la besara. Esta vez no se dejó llevar, sino que aplastó mi cabeza contra la suya y succionó mis labios con toda su fuerza. Sentí lo mismo que con el beso anterior: sus labios no tenían sabor ni aroma.
- ¿Sabes?- me dijo- creo que podré quererte. Afortunadamente no eres uno de esos imbéciles que se pavonean como gallos, ni tienes un orgullo excesivo. Bueno, eres un poco pasivo para mi gusto, pero creo que podría cambiarte. La ropa no es adecuada. Se nota que no tienes criterio. Ya veremos... ¿otro brindis?
Estaba demasiado borracho como para saber lo qué hacía. Brindamos y nos dimos un tercer beso. Comenzaba a reírme de forma estúpida.
- Soy tuya- gritaba Cynthia-. Debemos casarnos cuanto antes. Me gustaría vivir junto a la costa. Pero tendremos que decidirlo entre los dos. ¿Sabes? Creo que también quiero dedicarme al cine ¿tú crees que tengo futuro?
Me encogí de hombros.
- ¿Eso que significa? Tal vez yo sea una actriz impresionante, y aún no te hayas dado cuenta, pequeño imbécil, ¡jajaja! Tendré mi nombre en rotulos dorados. Y la gente dirá ¿has visto lo último de Cynthia? Pero ¿me escuchas?
No la escuchaba. Simplemente trataba de mantener el equilibrio. Después de unos instantes de esfuerzo, caí sobre sus pechos.
- Reposa en mí- dijo ella, y siguió hablando.
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