martes, 19 de marzo de 2013

Baldosas Azules (Microrrelato)



Algunas veces cambia el color de las baldosas. La culpa es mía, pienso, por que no las miro lo suficiente. Tal vez sean siempre azules, tal vez siempre rojas, o marrones, o tal vez depende del día. Acostumbrado a posar los dedos sobre el teclado del ordenador, ya ni observo lo que me rodea. Anteayer, sin ir más lejos, entraron a robar en casa. Yo lo vi, de reojo, casi sin querer, pero no me levanté, por no molestar. Además, me dije, como no tengo nada de valor es mejor no interrumpir. Seguí tecleando, buscando la historia que nunca encuentro, la idea perfecta, el cuento sublime. Vi durante un instante cómo se llevaban el violoncello, pero callé, porque no sé tocarlo, y con el tiempo se ha convertido en un objeto más; incluso, imagino, ha perdido su musicalidad. Ahora es un mueble entre los muebles.
Vi cómo desenchufaban la tele y la cargaban entre dos hasta la puerta. Tampoco me importó. No la enciendo nunca. Así me servirá, pensé, para justificar ante mis amigos que no veo tal programa, ni sé quién es aquella presentadora famosa de la que (y a la que) nunca oí hablar.
Uno de los ladrones me quitó el ordenador. Eso ya era demasiado. ¿Qué iba a hacer sin mis teclas y mis palabras? Me levanté y seguí al ladrón. Tuve que apartarme, porque, a cambio, me traían un sofá, y por poco caigo encima. Lo miré, sorprendido, y me senté en él. ¡Qué cómodo! ¡Qué confortable! Verdaderamente valía la pena perder todo lo demás. 
Así que ahora escribo a mano.

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