Dramaturgo.- ¿Le molesta que me haya presentado de improviso?
Ruperto.- Sí, y también que haya roto la puerta de la habitación.
Dramaturgo.- Entre nosotros: esa puerta no vale nada. Con un pequeño empujón ha cedido. Yo de usted
pondría una queja en el hotel.
Ruperto.- Ciertamente es para quejarse.
Dramaturgo.- Quiero que sepa que me he quedado con el pomo en la mano. Por respeto lo he dejado en el
suelo. Pero no es razonable quedarse con el pomo en la mano.
Ruperto.- No es razonable, no.
Dramaturgo.- Y a ellos no les conviene: hoy se queda usted con el pomo, mañana con la puerta, pasado
con el grifo de la ducha, y antes de dejar el hotel se ha terminado una casa en otro barrio.
Ruperto.- El problema sería llevarse la cama.
Dramaturgo.- ¿Con la puerta rota?
Ruperto.- Sí, pero no pasaría por la puerta.
Dramaturgo.- Tiraríamos un tabique. Este no parece muy rígido. (da unos golpes) Si quiere lo tiro ya.
Creo que cederá pronto.
Ruperto.- No, aún no he decidido dónde voy a poner la cama.
Dramaturgo.- En una habitación, es lo que suele hacerse. Aunque tal vez usted sea de esas personas que
les gusta innovar. También puede ponerla en la cocina.
Ruperto.- Así podría comer tumbado.
Dramaturgo.- Y dar la vuelta a la sartén desde la cama. Porque cocinar agota.
Ruperto.- Y tanto. Yo prefiero la comida envasada.
Dramaturgo.- No, quite, quite. Eso es comer plástico. ¿Qué me dice de la pasta? La pasta se hace al
momento, no mancha nada, y es fácil de digerir.
Ruperto.- La pasta es un invento.
Dramaturgo.- De los italianos.
Ruperto.- De los italianos, pero un invento. Para eso las legumbres...
Dramaturgo.- Ah, las legumbres, nada, nada...
Ruperto.- Siempre en remojo, como los peces...
Dramaturgo.- Ah, los peces, nada, nada...
Ruperto.- Siempre en el agua, como el marisco.
Dramaturgo.- Ah, el marisco, nada, nada...
Ruperto.- ¿No le gusta el marisco?
Dramaturgo.- Nada, nada, nada mejor que el marisco.
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