Aquella tarde las piedras rompían el cielo.
El mundo, oscuro, giraba a mi alrededor.
El barro conquistaba las murallas.
El viento ululaba con un ritmo fúnebre.
Tenebrosa era ya la noche en estos ojos
Que, aletargados, no deseaban despertar.
Crujían fantasmales llaves en las cancelas.
Los charcos dejaban un goteo desolado.
Ya me alejaba del mundo, sí, me aplastaba.
Caía sin fuerzas, quebrado, sin rabia, ni lucha.
Entre tanta bruma y aquella sordidez
Un luz cariñosa me entregó a la vida.
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