ANALGESIO.- (Corriendo por la escena de derecha a izquierda) ¡Disculpe! ¿Ese coche es suyo? ¿Es suyo ese coche? ¿El coche suyo es ese coche el coche suyo? (Sale por la izquierda, regresa) ¡Perdone! ¿Es suyo ese coche? ¿Es coche suyo ese? ¿Es ese su coche es ese? ¿Es suyo el coche suyo es suyo? (Sale por la derecha)
BERBITORIO.- (Aparece por la derecha, viste chaqueta, corbata y pantalones cortos de color azul) ¿Se ha puesto por las nubes? No, y más allá. El hecho es que no hay quien pague el lecho, aunque agrade el hecho. Pero volvamos al hecho. Sin la aparición de las nubes no tendríamos este sofoco lunar, ese es el hecho.
ANALGESIO.- (Como al principio) ¡Disculpe! ¿Ese coche es suyo? ¿Es suyo el coche que es suyo? ¿El coche suyo es suyo? (Berbitorio. Se había parado y se encoge de hombros al ver salir a Analgesio)
BERBITORIO.- Vamos a consultar el reloj. (Se abre el botón de la chaqueta, observa su interior, después mira al cielo) No, tarde no debe ser, temprano tampoco. Este es el hecho.
ANALGESIO.- (Vuelve a entrar igual, choca en mitad de la frase con Berbitorio) ¡Perdone! ¿El coche es su...?
BERBITORIO.- Estoy en el suelo, ese es el hecho.
ANALGESIO.- (Pasando encima de Berbitorio) Ay, ay , ay, ay. ¿Qué hice? Estoy avergonzado. (Mirando a Berbitorio, sin acercarse) Pero permítame que le ayude, si no es molestia, de verdad. Así, poco a poco, no vaya a hacerse daño.
BERBITORIO.- (De espaldas a Analgesio) Ya estoy mejor, gracias.
ANALGESIO.- ¿Es suyo ese coche? (Señala a algún punto a la derecha, siempre con Berbitorio de espaldas)
BERBITORIO.- (Estirando los puños de la chaqueta) ¿Cuál de ellos?
ANALGESIO.- El negro, el azul, el verde, el magenta, el violeta... el gris plateado.
BERBITORIO.- Ese es mi coche.
ANALGESIO.- Mi enhorabuena más indiferente. Ha elegido uno de los mejores coches que se pueden elegir en el mercado.
BERBITORIO.- El hecho es que pagué. ¿Dónde está que no le veo?
ANALGESIO.- (Avanza hasta quedar frente a Berbitorio) Su dinero le costó pues le costó dinero. Espero que colme sus esperanzas y sea fuente de dicha.
BERBITORIO.- Me hace feliz.
ANALGESIO.- ¿Para cuando la parejita? ¿Eh?
BERBITORIO.- Bueno, aún no he encontrado la carretera adecuada, usted me entiende.
ANALGESIO.- Por cierto. (Ambos se miran en silencio, y se giran de tal modo que Berbitorio. No se mueve del espacio y Analgesio está al otro lado)
BERBITORIO.- ¿Cierto? No sé si es cierto.
ANALGESIO.- Espero que conozca la orden de la manifactura inferior de tráfico, dependiente de la manifactura central de tráfico que es vinculante con la manifactura superior de tráfico y con el gobierno de la nación en cuanto a que sus bases son las mismas aun cuando sus superiores, los jefes de sus superiores y los supremos dirigentes no tengan vínculo alguno.
BERBITORIO.- El hecho es que cada mañana leo los diversos boletines oficiales del estado y hago sus crucigramas. Pero el de hoy, precisamente, y me va a perdonar la trágica aunque obvia respuesta, no lo he leído.
ANALGESIO.- ¿Nadie le ha hablado de la nueva circular que entra en vigor hoy mismo la circular referente al pago del impuesto sobre la acera que ha impuesto la manifactura inferior de tráfico?
BERBITORIO.- ¡Maldita sea mi sombra! Asombrado me quedo, no tengo palabras. El hecho es que tengo palabras, pero ninguna responde. ¡Me creerá si le digo que jamás había oído hablar, ni siquiera a usted mismo, de esa circular?
ANALGESIO.- Lo creo, y creo que merece que le crea.
BERBITORIO.- Algunas veces me salto las normas, así es, pero sólo cuando yo lo decido. ¡Jamás por error!
ANALGESIO.- Así habla un buen conductor. No crea que no valoro cada letra que junta en sus discursos.
BERBITORIO.- ¡Pagaré lo que sea necesario por conseguir ese impuesto gratuito!
ANALGESIO.- Ya pago yo por usted. (Saca una cartera)
BERBITORIO.- ¡Ah, no, no! Permítame.
ANALGESIO.- De ninguna manera.
BERBITORIO.- El hecho es que quiero pagar.
ANALGESIO.- Me niego, bastante tiene con ser el propietario del coche.
BERBITORIO.- Está bien, pague usted.
ANALGESIO.- No puedo pagar el impuesto ¡Qué dirían de mí en la jefatura central de tráfico, que es dependiente en segundo grado de la jefatura superior! No puedo hacer nada, mi jefe, si se entera se echaría a llorar. Y no querrá molestar a ese ancianito.
BERBITORIO.- Por nada del mundo.
ANALGESIO.- (Se sienta) Tenemos un problema que tenemos.
BERBITORIO.- (Se sienta) ¡Vaya problema!
ANALGESIO.- Es un problema, y lo es.
BERBITORIO.- Siempre es un problema tener un problema, ese es el hecho.
ANALGESIO.- Tengo la solución.
BERBITORIO.- ¿Has resuelto el problema?
ANALGESIO.- No. Creí tener la solución para un problema sin solución, pero no hay solución para un problema sin solución.
BERBITORIO.- ¿Ninguna idea?
ANALGESIO.- podríamos hacer el problema irresoluble.
BERBITORIO.- ¿Y tendría solución?
ANALGESIO.- No lo sé. Tal vez lo irresolvería.
BERBITORIO.- Sigamos pensando.
ANALGESIO.- Ehhhh, ehhh.
BERBITORIO.- ¿Lo tienes?
ANALGESIO.- ¿Cömo se dice? Interjección. Cuando se halla o descubre algo que se busca con afán.
BERBITORIO.- ¿Eureka?
ANALGESIO.- (Gritando, se levanta de un golpe) ¡Eureka! Falsificaré el impuesto.
BERBITORIO.- ¿Pero eso es legal?
ANALGESIO.- Claro.
BERBITORIO.- ¿Seguro?
ANALGESIO.- ¿Alguna vez has leído en alguno de los boletines oficiales del estado que sea ilegal falsificar el impuesto de aceras impuesto por la manifactura inferior de tráfico?
BERBITORIO.- En el texto nunca lo vi. En los crucigramas tampoco.
ANALGESIO.- Decidido. Falsificaré el impuesto. (Saca un papel de la carpeta)
BERBITORIO.- ¿Y si me lo pide un inspector de la manifactura de tráfico? Se dará cuenta de que es falsificado.
ANALGESIO.- Los inspectores de la manifactura inferior de tráfico no se darán cuenta, quienes sí se darían cuenta son los inspectores de la manifactura central de tráfico, pero esos rara vez se levantan de la tumbona de la que nunca se levantan. ¿Cómo te nombran? ¿Cuál es tu qué nombre te dieron?
BERBITORIO.- Laurent de la Chemise blanche i short bleu.
ANALGESIO.- ¿Eres nacido en la Francia o naciste allí, en Francia?
BERBITORIO.- Soy Polaco, pero mi padre era ingeniero naval en Andorra, jamás salió del país. Mi madre, en cambio, no era ingeniero naval,y no sé qué pudo ver en ella. Era una mujer vulgar, de origen húngaro, licenciada en humanidades, física, ajedrez y filología francesa. Me puso el nombre un día que andaba repasando sus libros de gramática.
ANALGESIO.- Ya está. Sólo falta la firma. (Berbitorio firma) ¿Cómo vas a pagar?
BERBITORIO.- (Saca la cartera) ¿Un billete? ¿Varios?
ANALGESIO.- Mejor varios será mejor.
BERBITORIO.- ¿De qué colores?
ANALGESIO.- El negro, el azul, el verde, el magenta, el violeta... el gris plateado.
BERBITORIO.- No tengo billetes magenta.
ANALGESIO.- Deja que mire (Observa la cartera y coge un billete de cada tipo). Uno gris, otro rojo, este verde... ¡y morado!
BERBITORIO.- ¡No, el morado no!
ANALGESIO.- Aquí tienes el documento. Y no olvides que es falso. Actualízalo cuando puedas.
BERBITORIO.- (Se dan la mano) ¡Un placer!
ANALGESIO.- El placer es mío el placer.
Analgesio sale por la izquierda. Berbitorio se guarda el documento en el bolsillo.
BERBITORIO.- Necesitaba pagar el impuesto, eso es un hecho, y no puede ser rebatido. (Abre el coche con el mando) Y ahora a casa, que tengo hambre, y no hay ser en el mundo que lo pueda contradecir. Tengo hambre, eso también es un hecho.
Ruido de arranque de motor. Aparece por la izquierda Analgesio, corriendo.
ANALGESIO.- ¡Espere! ¿Dónde va tan aprisa que no tiene intención de parar o qué? ¿Quiere apagar el motor sigue en marcha? (Se apaga el motor) Salga del vehículo, por favor.
BERBITORIO.- (Su voz) ¿Cuál es el problema?
ANALGESIO.- ¿Problema? Ninguno. ¿Puedo ver los papeles del coche? ¿Tiene algo que oculta usted algo?
Aparece Berbitorio, ahora viste camisa azul y pantalón corto blanco.
BERBITORIO.- Aquí tiene los papeles. Uno a uno, sellados y reglamentados por los cargos más altos dentro de la jerarquía. Este, incluso, lo selló el ayudante del secretario del auxiliar del ministro, no le digo más.
ANALGESIO.- (Observa la foto del carnet de conducir) ¿Ha visto alguna vez a este hombre?
BERBITORIO.- No sé qué decir. La foto es pequeña, y el individuo no se molesta en sonreír. Además esa calva, la forma del cuello... creo que soy yo.
ANALGESIO.- ¿Este es, entonces, su permiso de conducir vehículos automóviles cuya masa no exceda de 3500 kilogramos y cuyo número de asientos, incluido el del conductor, no excede de nueve?
BERBITORIO.- Lo que ha dicho es completamente cierto. Parece que una luz le ilumine.
ANALGESIO.- Es un foco. ¿Cómo se llama usted se llama?
BERBITORIO.- Igual que hace unos minutos, es un hecho probado que no me ha dado tiempo a cambiar de nombre. Me llamo Laurent de la Chemise bleu i short blanche.
ANALGESIO.- En efecto. Es el mismo nombre que figura en sus papeles.
BERBITORIO.- Es mi costumbre conservar el nombre. Tuve un vecino que no lo hacía así, y uno no sabía cómo llamarlo. De lunes a miércoles era José, los jueves y sábados Pepe, Pepillo viernes y domingos, y los demás días Juan Carlos. Nunca me acordaba de cómo llamarle. Así que no le hablé más.
ANALGESIO.- ¿Y se sintió mal?
BERBITORIO.- Nunca me dijo nada.
ANALGESIO.- ¿No está al corriente del pago del impuesto sobre la acera? Ah, sí, debe de ser este papel debe ser el pago del impuesto. ¡Cómo! Esto es una falsificación.
BERBITORIO.- (Con orgullo) ¡Vaya si lo es!
ANALGESIO.- Una falsificación excelente. ¡Hasta podría pasar por auténtica!
BERBITORIO.- ¿Usted cree?
ANALGESIO.- El papel es oficial, y la letra tiene una caligrafía maravillosa. Cualquier inspector de la manifactura inferior de tráfico creería que el documento es válido. En cambio cualquier inspector de la manifactura central se daría cuenta enseguida de que no es así. Los inspectores de la manifactura superior no se molestan en bajar a la calle es una molestia, usted comprende.
BERBITORIO.- Una vez tuve un vecino al que no comprendía. Él intentaba comunicarse conmigo, pero era incapaz de entender una palabra. Llegué a ponerme de rodillas y pegué la oreja a su boca, pero ni aún así. El hecho es que no comprendía nada. Tuve la impresión de que balbuceaba, entonces me di cuenta de que era un bebé.
ANALGESIO.- Sí, los bebés hablan muy mal, y eso es culpa de los padres.
BERBITORIO.- Y luego se creen que con unas babas y unas sonrisas todo está arreglado. ¡Tolerancia cero a los bebés! Eso es un hecho.
ANALGESIO.- Tiene usted un problema que tiene un problema que debe solucionar.
BERBITORIO.- ¿No puede hacer otra falsificación?
ANALGESIO.- Será lo mejor ¿Cuál es su coche? ¿El negro, el azul, el verde, el magenta, el violeta... el gris plateado?
BERBITORIO.- Sí, exacto.
ANALGESIO.- Ya está. He falsificado la falsificación es perfecta. Tiene incluso el ribete rojo que utilizamos en la jefatura. Nadie diría que no es auténtico, tan sólo los de la manifactura superior de tráfico, pero esos jamás salen del despacho. Entre nosotros: no quisiera ser uno de ellos.
BERBITORIO.- Que sea enhorabuena. No lo sea nunca.
ANALGESIO.- ¿Cómo me va a pagar?
BERBITORIO.- (Saca la cartera) Aún quedan billetes de varios colores y formas. ¿Uno de cada? ¿Tal vez dos?
ANALGESIO.- No es suficiente.
BERBITORIO.- Tiene razón. Vivir es cada día más caro. Aún me pregunto cómo es posible que sobreviva cuando el oxígeno está por las nubes. No tengo la respuesta, pero no importa. me gusta la vida, eso es un hecho. ¿El dinero? ¡Qué importa! ¿Quiere la cartera? Se la regalo. ¿Para qué la necesito? Cóbrese y que le vaya bien. (Le da la cartera)
ANALGESIO.- No tengo palabras, es el regalo más bonito que me han hecho. Espere, le recompensaré por su generosidad (Saca su cartera y se la muestra a Berbitorio) Llevo poco dinero, pero estoy seguro que no lo tendrá en cuenta.
BERBITORIO.- (Rechazando la cartera) No, por favor.
ANALGESIO.- Insisto.
BERBITORIO.- No hace falta.
ANALGESIO.- Mire que me enfadaré si no toma la cartera.
BERBITORIO.- Está bien, pero lo hago porque me lo pide.
ANALGESIO.- ¿Ha visto mi cara de felicidad? Estoy orgulloso de usted.
BERBITORIO.- Tuve un vecino que se sentía infeliz. Para curar su ansiedad su psicóloga le recomendó...
ANALGESIO.- ¿Su ansiedad o su infelicidad?
BERBITORIO.- Era infeliz, lo que le producía ansiedad; y esa ansiedad, que no lograba dominar, le provocaba infelicidad.
ANALGESIO.- Un hombre complejo, sin duda un hombre complejo (Berbitorio asiente)
BERBITORIO.- (Cada vez más rápido) Tuve un vecino que se sentía infeliz. Para curar su ansiedad su psicóloga le recomendó...
ANALGESIO.- ¿Su ansiedad o su infertilidad?
BERBITORIO.- La ansiedad, que no dominaba, le provocaba infertilidad.
ANALGESIO.- Un hombre con complejo sin duda
BERBITORIO.- Tuve un vecino que se sentía muy fértil. Para curar su fertilidad su psicóloga le recomendó... (Se detiene en su rapidez. Ritmo normal) No recuerdo lo que le recomendó.
ANALGESIO.- ¿Qué le recomendó? ¿Qué no tuviera más niños?
BERBITORIO.- (Poco a poco, recordando) Tuve un vecino que se sentía infeliz. Para curar su ansiedad su psicóloga le recomendó que regalase aquellos objetos que le producían ansiedad. Entonces regaló los muebles, la casa, un coche y dos mil euros que tenía ahorrados.
ANALGESIO.- ¿Y se curó?
BERBITORIO.- No lo sé. Pero el coche funciona de maravilla.
ANALGESIO.- ¿Qué coche? ¿El negro, el azul, el verde, el magenta, el violeta... el gris plateado?
BERBITORIO.- Exacto ¿Cómo lo adivinó?
ANALGESIO.- Me gusta observar turismos. Ver cómo se contonean marcha atrás, cómo avanzan, decididos, sin temblores, entre curvas y rectas, tan poderosos y fugaces...
BERBITORIO.- ¿Y qué me dice de cómo aprovechan el peralte para no salirse por la tangente?
ANALGESIO.- ¡Oh, qué belleza! (Triste) Es algo que nunca podré experimentar.
BERBITORIO.- Todos tenemos limitaciones. Un coche, por ejemplo, no puede saltar. Esto es un hecho.
ANALGESIO.- Aquí tiene el documento. Debidamente sellado y firmado. No olvide que se trata de una falsificación. Cuando le sea posible adquiera el verdadero.
BERBITORIO.- Le estoy agradecido, eso es un hecho. (Se dan la mano. Analgesio sale por la izquierda) ¿Y yo no debo firmar el documento? Pues eso parece. ¡Malditas nubes, maldito sofoco lunar! Así no se puede vivir (Sale por la derecha. Vuelve al instante con Analgesio, que le trae sujeto por el cuello. Analgesio viste una americana azul y lleva puesta una gorra del mismo color)
ANALGESIO.- Se lo advertí, y ya no me queda paciencia.
BERBITORIO.- El hecho es que no lo entiendo.
ANALGESIO.- (Sin soltar a Berbitorio) He subido a mi oficina, tercera planta, despacho dos, y me han recibido con la noticia de mi ascenso: soy nuevo miembro de la manifactura superior de tráfico. He bajado para comprar una botella de champán y mi intuición me ha dicho que alguien estaba cometiendo una irregularidad.
BERBITORIO.- ¿Le ha dado tiempo a subir a su oficina, tercera planta, despacho dos, y a que le recibieran con la noticia de su ascenso, ya que es nuevo miembro de la manifactura superior de tráfico?
ANALGESIO.- No hay tiempo que perder el tiempo es algo que no concibo ¿me entiende? Los papeles del impuesto de aceras, imagino, ya estarán legalizados...
BERBITORIO.- ¡Aquí están! Usted mismo me los dio.
ANALGESIO.- Esto ya no sirve. Es una falsificación atroz (Coge el papel y lo mastica)
BERBITORIO.- ¿Y ahora qué voy a hacer? No tengo dinero para pagarle... bueno, depende de lo que haya en su cartera (La saca y Analgesio se la quita)
ANALGESIO.- No tengo más remedio qué remedio me queda que denunciarle. Desde que soy miembro de la manifactura superior de tráfico me llevo un diez por ciento de la cuantía de la multa.
BERBITORIO.- Claro, claro, el hecho es que debe denunciarme. Tuve un vecino que siempre le decía a su hijo: nunca vayas donde debes.
ANALGESIO.- Curioso consejo.
BERBITORIO.- A él le vino bien: debía demasiado. Tenía más deudores que deudas, no le digo más.
ANALGESIO.- Acompáñeme a la comisaría de policía.
BERBITORIO.- Será lo mejor, no lo dudo.
ANALGESIO.- Hace demasiado calor.
BERBITORIO.- ¿Quiere que vayamos en mi coche?
ANALGESIO.- ¿Qué coche? ¿El negro, el azul, el verde, el magenta, el violeta... el gris plateado?
BERBITORIO.- Siempre se acuerda. ¿Quiere conducir usted?
ANALGESIO.- ¿Yo? Yo no tengo carnet de conducir me da miedo, demasiados pedales.
BERBITORIO.- (Saliendo por la derecha, con Analgesio) Tuve un vecino al que le daba miedo conducir. Se metió un día en el coche, y ya no quiso salir más. No, no, en este caso el hecho ¡Es que se había muerto!
jueves, 25 de agosto de 2011
jueves, 4 de agosto de 2011
Heiffel. fragmento
Adolfino.- (Suspirando) ¡Esto es vida!
Castráñez.- Llevamos horas subiendo esta montaña, ¿y te sientes feliz?
Adolfino.- Mi vida, antes de conocerte, era monótona. Nunca hice nada interesante. Estuve cinco años con una mujer y me aburría tanto...
Castráñez.- Que la dejaste.
Adolfino.- No, me casé con ella. Pensábamos que, como matrimonio, todo sería más divertido. Y no lo fue.
Castráñez.- Y la dejaste.
Adolfino.- Ella decía que si teníamos niños lo íbamos a pasar fenomenal. Yo no quería tener niños, porque además hay que darlos de comer.
Castráñez.- Por eso la dejaste.
Adolfino.- Observábamos parejas con niños, y ¡caray! Sí que se reían. El mundo era una fiesta. Entonces tuvimos un niño. Pero era muy aburrido. Nunca decía nada, y encima había que darlo de comer.
Castráñez.- Fue cuando lo dejaste.
Adolfino.- Pero mi mujer decía: verás cuando sea un poco más grande, y pueda hablar, lo que nos vamos a reir. Y decidimos dejarlo crecer, porque veíamos que las parejas con niños que hablaban disfrutaban más que las otras. El niño creció y tuvimos que ponerle nombre, porque nos preguntó cómo se llamaba. Yo le dije que Oscar. A ver si nos salía tan ingenioso como Oscar Wilde. Pero jamás dijo nada interesante. Recuerdo que le decía: piensa un poco, Oscar, seguro que tienes algo gracioso que decir. Y él callaba. Yo no podía dejar de bostezar...
Castráñez.- Ahora sí que lo dejaste.
Adolfino.- Mi mujer se dio cuenta que las parejas con dos niños se lo pasaban mejor que con uno. Y le llamamos Joaquín. Pero era tan aburrido como Oscar, y además lloraba. Como lloraba en brazos de su madre, me lo pasaba a mí, yo se lo daba a Oscar y él lo devolvía a la madre. Fue el único momento divertido, porque un día, no recuerdo por qué, dejó de llorar. Y nos aburrimos de nuevo.
Castráñez.- ¡Ahí lo dejaste!
Adolfino.- No, me dejó ella. Había comprobado que las madres solteras con dos hijos se lo pasaban mucho mejor que las madres casadas. Al principio me enfadé, pero luego comprobé que era verdad.
Castráñez.- Yo también vivo solo.
Adolfino.- No, si regresó conmigo a los seis meses. Se había aburrido tanto que se había dejado las uñas largas para capturar moscas entre los dedos índice y pulgar.
Castráñez.- ¡Qué desagradable!
Adolfino.- Al principio pensé lo mismo, pero era muy útil para cortar patatas.
Castráñez.- ¿Tan largas se dejó las uñas?
Adolfino.- Una noche que me giré en la cama me clavó una de ellas y tuvimos que ir al hospital, porque me desangraba.
Castráñez.- Y se las cortó.
Adolfino.- No. Compró unos protectores para dormir.
Castráñez.- ¿Y no te daban miedo?
Adolfino.- Miedo, no. Sólo un poco de asco.
Castráñez.- ¿Las tenía sucias?
Adolfino.- Qué va. Pero en aquella época comenzó a trabajar en una peluquería, y, claro, para qué iba a usar tijeras. Además, las clientas lo preferían así. Algunas me paraban por la calle y me decían: su mujer tiene unas manos de oro.
Castráñez.-.- Porque era muy buena.
Adolfino.- No, porque se pintaba las uñas de ese color.
Castráñez.- ¡Qué desagradable!
Adolfino.- ¡Por las uñas de mi mujer! Viene gente. (Se agachan)
Castráñez.- Llevamos horas subiendo esta montaña, ¿y te sientes feliz?
Adolfino.- Mi vida, antes de conocerte, era monótona. Nunca hice nada interesante. Estuve cinco años con una mujer y me aburría tanto...
Castráñez.- Que la dejaste.
Adolfino.- No, me casé con ella. Pensábamos que, como matrimonio, todo sería más divertido. Y no lo fue.
Castráñez.- Y la dejaste.
Adolfino.- Ella decía que si teníamos niños lo íbamos a pasar fenomenal. Yo no quería tener niños, porque además hay que darlos de comer.
Castráñez.- Por eso la dejaste.
Adolfino.- Observábamos parejas con niños, y ¡caray! Sí que se reían. El mundo era una fiesta. Entonces tuvimos un niño. Pero era muy aburrido. Nunca decía nada, y encima había que darlo de comer.
Castráñez.- Fue cuando lo dejaste.
Adolfino.- Pero mi mujer decía: verás cuando sea un poco más grande, y pueda hablar, lo que nos vamos a reir. Y decidimos dejarlo crecer, porque veíamos que las parejas con niños que hablaban disfrutaban más que las otras. El niño creció y tuvimos que ponerle nombre, porque nos preguntó cómo se llamaba. Yo le dije que Oscar. A ver si nos salía tan ingenioso como Oscar Wilde. Pero jamás dijo nada interesante. Recuerdo que le decía: piensa un poco, Oscar, seguro que tienes algo gracioso que decir. Y él callaba. Yo no podía dejar de bostezar...
Castráñez.- Ahora sí que lo dejaste.
Adolfino.- Mi mujer se dio cuenta que las parejas con dos niños se lo pasaban mejor que con uno. Y le llamamos Joaquín. Pero era tan aburrido como Oscar, y además lloraba. Como lloraba en brazos de su madre, me lo pasaba a mí, yo se lo daba a Oscar y él lo devolvía a la madre. Fue el único momento divertido, porque un día, no recuerdo por qué, dejó de llorar. Y nos aburrimos de nuevo.
Castráñez.- ¡Ahí lo dejaste!
Adolfino.- No, me dejó ella. Había comprobado que las madres solteras con dos hijos se lo pasaban mucho mejor que las madres casadas. Al principio me enfadé, pero luego comprobé que era verdad.
Castráñez.- Yo también vivo solo.
Adolfino.- No, si regresó conmigo a los seis meses. Se había aburrido tanto que se había dejado las uñas largas para capturar moscas entre los dedos índice y pulgar.
Castráñez.- ¡Qué desagradable!
Adolfino.- Al principio pensé lo mismo, pero era muy útil para cortar patatas.
Castráñez.- ¿Tan largas se dejó las uñas?
Adolfino.- Una noche que me giré en la cama me clavó una de ellas y tuvimos que ir al hospital, porque me desangraba.
Castráñez.- Y se las cortó.
Adolfino.- No. Compró unos protectores para dormir.
Castráñez.- ¿Y no te daban miedo?
Adolfino.- Miedo, no. Sólo un poco de asco.
Castráñez.- ¿Las tenía sucias?
Adolfino.- Qué va. Pero en aquella época comenzó a trabajar en una peluquería, y, claro, para qué iba a usar tijeras. Además, las clientas lo preferían así. Algunas me paraban por la calle y me decían: su mujer tiene unas manos de oro.
Castráñez.-.- Porque era muy buena.
Adolfino.- No, porque se pintaba las uñas de ese color.
Castráñez.- ¡Qué desagradable!
Adolfino.- ¡Por las uñas de mi mujer! Viene gente. (Se agachan)
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