viernes, 26 de julio de 2013

El Bávaro


Arrugué la hoja y la tiré a una papelera. Al golpear el metal sonó como una campana. Se acercó un camarero para hablar conmigo.

-Deutsch?
-No- respondí con una sonrisa en cursiva- no soy alemán.
-Eso no es verdad- dijo él- tiene acento de Baviera.

Yo, que nunca había estado en Baviera, no me atreví a contradecirle.

-Además- añadió- se mueve como un bávaro.
-¿Es posible- pregunté- que sea Bávaro y nunca me haya dado cuenta?
-También es posible- razonó- que no lo sea, y nunca se haya dado cuenta.
-Y ahora ¿qué hacemos?
-Está de suerte. Tenemos codillo con chucrut. Usted lo prueba- sugirió- y si le agrada es que es un verdadero bávaro.

Acepté. El camarero se empeñó en colgarme una servilleta del cuello, después se alejó. Cuando volvió lo hizo con una generosa fuente de codillo. La carne, de un olor delicioso, ahumaba mi pelo. Sonreí.

-La típica sonrisa bávara- dijo, y se quedó pensativo- ¡Humm! O tal vez sajona.

Degusté el codillo con verdadero placer. Ya no había dudas, su sabor me trasladaba a otro mundo. Eran mis antepasados, con las papilas gustativas erectas, los que rechupeteaban el hueso por mí. 

El camarero vino a servirme un poco más de chucrut.

-¡Halt!- dije- ya estoy lleno.

Era mi primera palabra en alemán, y ni siquiera sabía su significado. El camarero, satisfecho de su intuición, me daba palmaditas en la espalda.

-¿Desea algo más?
-Die rechnung!
-¿Perdone?
-Ah, disculpe, que usted no es bávaro. ¡La cuenta!

jueves, 4 de julio de 2013

El Coche

Claro está, yo nunca había conducido. Y me dejó ese coche tan grande, que no supe qué hacer. Si es muy sencillo, me decía, pisas embrague, metes primera, sueltas embrague mientras vas acelerando, y sales. Pero no fui capaz. ¿Por qué no lo coges tú? Supliqué. ¿Es que no ves que estoy borracha? Una copa, una simple copa de un líquido viscoso y quince hielos, y se había emborrachado. Propuso pasar la noche en el vehículo. Yo me negué, inútilmente, puesto que ninguno de los dos iba a arrancarlo. Ella se enroscó a mi cuello y me besó. No olía a alcohol, lo juro, pero afirmó que seguía borracha, muy borracha, porque tenía muchos problemas. ¿Qué te ocurre?  Pregunté ¿A mí? ¿A mí? ¡La vida es una mierda! No supe qué decir, y agregó Yo soy madre soltera sin hijos. Me lancé sobre ella y la besé. De pronto me detuve Escucha, eso es imposible. Puedes ser madre, puedes ser soltera, pero no puedes ser madre sin hijos, soltera o no.  Me separó de un golpe. ¿Y tú qué sabes? ¿Acaso eres mujer? No soy mujer, así que no me atreví a contestar. ¿Alguna vez has hecho el amor en un coche? Añadió guiñando un ojo. Pues no, y hoy tampoco será el día, porque a mis años no voy a comenzar...  No pude acabar la frase, levantó una palanca que volcó el asiento, y subió sobre mí. A mí me preocupaba que pasara gente alrededor, pero enseguida me olvidé de ellos, excitado y perdido. ¿Peso mucho? Me preguntaba de vez en cuando. No, no, respondía yo, casi asfixiado. ¿Tú me quieres? Preguntó, enroscada en mi cuerpo. Alrededor del coche cuatro chicos nos aplaudían riendo. Yo saludé para que se marcharan. ¿Me quieres o no me quieres? Tragué saliva Así, en la primera noche... Es difícil responder. Hace una hora ni te conocía. Me besó en el pecho. Sí, eso es muy romántico ¿verdad? Comenzó a llover. Me dolía la espalda por la postura, y comenzaba a echar de menos mi casa. Propuse que nos marcháramos. ¿Ahora? No, quedémonos un rato más.  Me miraba con ternura. Pensé que valía la pena, que a mis cuarenta y siete años había encontrado el amor, ese del que tanto se habla en las novelas, y la estreché contra mí. Busqué sus labios, perdidos entre mi camisa, y saboreé su jugo. ¿Sigues borracha? Pregunté ¡Oh, sí! Le brillaban los ojos. A mí también.  Me alegro, dije,  porque yo siento que... bah, tonterías, no puedo expresarlo con palabras. Sonrió y me besó en los labios. Me sentí feliz, por fin había encontrado eso que llaman amor verdadero. Sus ojos parecían repetirme la pregunta ¿me quieres? ¿Me quieres? ¿Me quieres? Y los míos le decían sí, sí, ¡Sí! Nos abrazamos con desesperación, yo supe que jamás debía dejarle marchar, y ella... Ella sonreía y me besaba detrás de la oreja y en la nuca.
Había dejado de llover. Miré el reloj: las once y media. Ella se incorporó, serena, fría, distante incluso. Venga, vámonos. Sí, pensé, vámonos ¿Dónde quieres que te deje? Dudé en la respuesta. Podemos ir a mi casa, dije al fin¸ soy un poco desordenado, pero prometo cambiar. Además tengo un gato, no sé si te molestan los animales, puedo dejarlo en la terraza de la cocina, hace frío, pero el gato tiene piel y mucho pelo, no le molestará. Parecía que rechazaba mi propuesta. Son casi las doce, dijo, es demasiado tarde¿Tarde?, respondí, ¿para qué es tarde? Se miró en el espejo del coche y se limpió alguna mancha que tenía por la cara, fruto de la fogosidad anterior. No quiero que él se preocupe. A mí me sudaban las manos. ¿Tampoco... Tampoco eres soltera? Dije al fin. ¿Tú que te crees? ¿Qué te he mentido? Claro que soy soltera. Respiró hondo. Vivimos juntos,  eso es todo. Me derrumbé. ¿Nos veremos más adelante? Dije con un hilo de voz. No, creo que no. ¿Por qué? Sollocé. Es que si te veo demasiado será como si tuviera dos maridos, y no creo que me guste. De pronto se acumuló en mi cuerpo la energía que nunca tuve, coloqué el asiento en vertical, y, lleno de decisión, arranqué el coche. ¿Qué haces? Preguntó. Te vienes a mi casa, le dije. ¡Si no sabes conducir! Probé un par de veces con los pedales y conseguí salir del aparcamiento. Ella reía. Como broma está bien, pero déjalo ya. Estaba dispuesto a llevarla a mi casa. Creía que cubriéndola de besos y de cariño no se marcharía de mi lado. Ya jadeaba, rugía incluso, imaginando mi futura felicidad, cuando en un cruce se coló un camión de la basura. Yo quise frenar, ¡juro que lo intenté! Cuando el coche se detuvo tenía una bolsa sobre el cristal. Los dos vehículos quedaron unidos por la chapa. Ella comenzó a gritar, intentaba salir, pero la puerta, deformada, no obedecía, y yo... yo... qué voy a contarles. Yo intentaba calmarla, jurándole amor eterno mientras ella me abofeteaba. Escucha, escucha, has intentado robar el coche ¿entiendes? ¿entiendes? Gritaba. Yo la cogía de las manos. Escucha, le contesté, yo... yo hablaré con él, le diré que te amo, tiene que entenderlo, tiene que entenderlo.