miércoles, 28 de diciembre de 2011

Fiestas

La lluvia arranca trozos de cielo
(aquel que sostuvo que eran lágrimas
mentía). La farola refleja
un rostro que conserva los sueños.
Sonríe. Lleva tres pedacitos
De estrella en los labios y el bosquejo
De un sol que agota la madrugada.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El Patriarca (Microteatro)

La acción transcurre en una casa antigua. En el centro de la escena una mesa, un sofá con un bastón apoyado a su derecha. A cada lado de la mesa una silla.

Rosalía, de pie, junto a la silla de la izquierda, se arregla la ropa mientras mira a la parte derecha. Por allí entra Edgar. Ella sonríe. Él está confuso.

ROSALÍA.- ¡Edgar, has venido! Creí que... (Pausa) ¡Gracias!

Edgar avanza. Ella también. Se dan un beso junto a la silla de la derecha.

EDGAR.- ¿Está en casa?
ROSALÍA.- No lo sé (Pausa) Aparece y desaparece como una sombra (Pausa) ¿Y el equipaje?
EDGAR.- En el hotel.
ROSALÍA.- Creí que... he cambiado las sábanas y... bueno, he limpiado tu habitación. Está como la dejaste. ¿Quieres verla?
EDGAR.- No.
ROSALÍA.- De acuerdo. (Silencio) Siéntate, al menos.

Edgar se sienta en el sofá. Ella a su lado.

ROSALÍA.- Hace diez años que marchaste, hermano. ¿Te das cuenta? Aún éramos jóvenes. (Pausa) El tiempo pasa.
EDGAR.- ¿Y este bastón?
ROSALÍA.- Lo compró hace un mes. Pagamos por él casi cien euros.

Edgar coge el bastón.

EDGAR.- Entonces está en casa.
ROSALÍA.- Lo dejó ahí el mismo día que lo compró.
EDGAR.- ¿No lo utiliza? ¿Ni siquiera cuando sale a la calle? (Pausa) ¿No está?
ROSALÍA.- ¡Yo qué sé! Es como si no estuviera nunca. No me entiendes ¿Verdad?
EDGAR.- No, no te entiendo.
ROSALÍA.- Es una marioneta la que, a veces, avanza por el pasillo, o se sienta a mirar la televisión.
EDGAR.- ¿Qué le ocurre?
ROSALÍA.- Los años. (Pausa) Necesito hablar contigo. Tengo que contarte algunas cosas. (Pausa)
EDGAR.- Creí que estaba enfermo.
ROSALÍA.- Lo está. Escucha... No puedo más, Edgar. Su vida me consume ¡Escucha! Dispone de mi voluntad sin que pueda negarme a sus caprichos.
EDGAR.- ¿Por qué dices eso?
ROSALÍA.- Porque me domina. A veces me rebelo y lucho contra él. Pero es más fuerte, y sabe cómo destruirme.
EDGAR.- ¿Necesitas ayuda?
ROSALÍA.- ¡Necesito hacer mi voluntad, no la suya! (Pausa) Además, es cruel (Pausa) Se ha hecho cruel (Pausa) ¿No quieres saber por qué? (Grita) ¿No quieres saber?
EDGAR.- ¿Está en casa?
ROSALÍA.- No lo sé. No saluda cuando entra ni dice adiós cuando sale. Me desprecia.
EDGAR.- No te desprecia.
ROSALÍA.- El jueves vino un vendedor de libros. Yo no estaba en casa. ¿Sabes lo que ocurrió? ¿Sabes qué hizo? ¿Eh? ¿Te imaginas qué hizo? (Pausa) Compró los “Episodios Nacionales”. Veinticuatro volúmenes. ¡Mil doscientos euros! ¿Te parece normal?
EDGAR.- Es su voluntad.
ROSALÍA.- ¿Cuándo ha leído un libro? Dime ¿Cuándo lo ha leído? ¡Jamás! Ni siquiera miraba las portadas (Pausa) No entiendes lo que ocurre ¿verdad? ¡Quiere humillarme!

Se abre la puerta del fondo y aparece el padre. Viste bata roja y sandalias con calcetines negros. Edgar se levanta e intenta ir hacia él, pero cae torpemente en el sofá.

PADRE.- Sin tanta solemnidad, por favor. Encantado, joven, puede tomar asiento. Volveré en un rato (Camina hacia la izquierda) ¡Paciencia! (Sale)
EDGAR.- No me ha reconocido.
ROSALÍA.- Lo que no puede ver, no existe...
EDGAR.- Pero...
ROSALÍA.- Ni ha existido jamás.
EDGAR.- Sin embargo...
ROSALÍA.- No mira a su alrededor, sólo imagina. Edgar, tú no existes (Pausa) ¿Sabes qué hizo la semana pasada?
EDGAR.- ¿Cómo quieres que...?
ROSALÍA.- La semana pasada gastó ochocientos euros en una peluca horrible.
EDGAR.- ¿Para disimular su calvicie?
ROSALÍA.- ¡Una peluca naranja! (Pausa) Sobrepasó el límite. Ayer fui a hablar con un abogado.
EDGAR.- ¿Un abogado? ¿Por qué?
ROSALÍA.- Para controlar los gastos. Podemos hacer una solicitud para que yo sea su tutora legal.
EDGAR.- No me gusta la idea.
ROSALÍA.- ¿Quieres que se arruine?
EDGAR.- Por supuesto que no. (Saca unos papeles y se los entrega a Rosalía)
ROSALÍA.- ¿Qué es esto? (Lee) Es un contrato.
EDGAR.- El vecino quiere comprar este piso. Su intención es tirar la pared y así ampliar el suyo.
ROSALÍA.- Pero el piso no es nuestro.
EDGAR.- ¡Ochenta mil euros, Rosalía! ¿Te figuras cómo sería tu vida con tanto dinero?
ROSALÍA.- No podemos venderlo.
EDGAR.- Nosotros no.

Pausa. Aparece el padre por la izquierda y los mira.

PADRE.- Rosalía, ¿dónde están las galletas?
ROSALÍA.- No quedan.
PADRE.- ¿Cómo es posible? Esta mañana las he desayunado.
ROSALÍA.- Y mañana las desayunará de nuevo. Pero no a estas horas.
EDGAR.- Dale las galletas.
ROSALÍA.- Salen muy caras.
EDGAR.- Si quieres que firme es mejor que esté de buen humor.
ROSALÍA.- Están detrás de los platos.

Sale el padre por la izquierda.

ROSALÍA.- Tú le odias. ¿Verdad?
EDGAR.- ¡Rosalía!
ROSALÍA.- ¿Qué te importa su vejez? Que muera pronto ¿no es eso?
EDGAR.- ¿Por qué hablas así?
ROSALÍA.- ¿Has pensado qué hará si vendemos el piso?
EDGAR.- Dentro de un par de años esta cueva no valdrá ni la mitad ¿Por qué esperar? Además, hermana, te conozco muy bien. Deseas el dinero tanto como yo.
ROSALÍA.- Pero yo lo he cuidado. He estado aquí estos diez años...
EDGAR.- Chupando su dinero.
ROSALÍA.- ¡Te odio!
EDGAR.- Tal vez no tengas que verme nunca más.
Aparece el padre por la izquierda.

ROSALÍA.- Ahí le tienes, en la puerta, con los ojos vacíos.

Edgar guarda el contrato y se levanta. El padre llega hasta el sillón y se sienta. Edgar se sienta a su lado y Rosalía en la silla de la derecha.

PADRE.- He dejado el vaso en la cocina.

Rosalía sale.

PADRE.- ¿Come mucho arroz?
EDGAR.- De vez en cuando.
PADRE.- El arroz es bueno para el hígado, o para los pulmones, o para el estreñimiento, o yo qué sé. Hágame caso. ¿Puedo darle un consejo?
EDGAR.- Claro.
PADRE.- Nunca tenga las defensas bajas. Y, si es posible, haga subir a la media. Sólo de este modo es posible un buen resultado.

Rosalía regresa con un vaso de leche y un plato de galletas.

PADRE.- ¡Ah! ¿Qué le decía? (Pausa) Si no le importa, joven, necesito espacio para comer.

Edgar se sienta en la silla de la izquierda.

PADRE.- ¡Rosalía!
ROSALÍA.- Di, padre.
PADRE.- ¿Padre? ¿Por qué? Humm ¿Puedes traer un vaso de agua?
ROSALÍA.- ¿No quiere la leche?
PADRE.- Se está volviendo blanca.

Rosalía sale.

PADRE.- ¿Sabía usted que la leche sale del arroz? Porque yo lo ignoraba.
EDGAR.- Yo también lo ignoraba. (El padre le observa. Pausa)
PADRE.- ¿Quiere otro vaso de agua?
EDGAR.- No, gracias. No tengo sed.
PADRE.- Yo diría que sí.
EDGAR.- No, no, se lo aseguro.
PADRE.- ¿Quién ha muerto? (Pausa. Más fuerte) ¿Quién ha muerto?
EDGAR.- No lo sé.

Entra Rosalía con un vaso de agua.

PADRE.- (Sin verla) ¿Quién ha muerto?
ROSALÍA.- Nadie ha muerto.
PADRE.- ¿Cómo es posible? En una ciudad de cuatro millones de habitantes alguien tiene que haber muerto.
ROSALÍA.- Mueren muchos, pero no les conocemos.
PADRE.- ¿Por qué no les conocemos? ¿Eh? (Pausa) ¡Oh, podría ahogarme!
ROSALÍA.- ¿Qué ocurre?
PADRE.- Demasiado líquido. Quita un poco de agua.
ROSALÍA.- Sí, padre.

Rosalía sale.

PADRE.- ¿Padre? ¡Ah, ya sé por qué me llama padre! (Hace una señal en el aire)

El padre se quita las sandalias y los calcetines. Deja uno sobre su regazo y el otro lo estira hasta que rompe la costura del fondo. Coge el que tiene sobre el regazo y repite la misma operación. Rosalía, que vuelve con el vaso, le ve hacer el esfuerzo.

ROSALÍA.- ¿Qué hace, padre?
PADRE.- ¿Cómo padre? ¡Ah, sí, no lo recordaba! (Repite el gesto anterior, que ahora parece una cruz) Remiendo.
ROSALÍA.- Pero no remienda. Está rompiendo los calcetines.

El padre se coloca los calcetines en los pies, con los dedos al aire

PADRE.- ¿Por qué ocultar una de las bellezas del hombre? ¿Hay algo más erótico?
ROSALÍA.- Los pies no son bellos.
PADRE.- Sí lo son.
ROSALÍA.- Son horrorosos. Una deformación del cuerpo.
PADRE.- Escucha y aprende: lo más hermoso en un hombre son los dedos de los pies.
ROSALÍA.- ¿Tú que opinas?
EDGAR.- Me parecen... bonitos.
ROSALÍA.- ¡Edgar!
PADRE.- ¿Edgar? Tuve un sueño llamado Edgar. Tal vez no fue un sueño, sino un hijo. Lloraba mucho. Con frecuencia se escondía debajo de mis alas. Debía ser un polluelo.
ROSALÍA.- Usted no tiene alas.
PADRE.- Pero las tuve. (Pausa) Un día el sueño huyó de aquí, ¿o fue el polluelo...? Y me rompió las alas ¿Por qué le cuento esto? ¿Sabe de pollos?
EDGAR.- Sé de alas rotas.
PADRE.- ¿También ha quebrado alguna?
EDGAR.- ¡Padre! ¿No me conoce?
PADRE.- ¿Padre? (Hace el gesto, que es claramente una cruz) ¿Está bautizado? (Edgar mira a Rosalía y asiente) Entonces no necesito el agua. Rosalía, trae una copa de vino.

Rosalía sale. El padre se registra los bolsillos y saca un trapo negro que coloca sobre los hombros. También una peluca naranja que se coloca en la cabeza. Rosalía vuelve con un vaso de vino y un plato con varias galletas redondas. El padre coge el vaso de vino con una mano y una galleta en la otra.

ROSALÍA.- ¿Qué va a hacer, padre?
PADRE.- Lo que se hace en estos casos. ¿Tenéis los anillos?
ROSALÍA.- ¡Es absurdo!
EDGAR.- ¡Calla!
ROSALÍA.- No me casaré contigo.
EDGAR.- ¿Acaso es sacerdote?
PADRE.- ¡Hermanos! Hemos venido a unir en santo matrimonio...
EDGAR.- Faltan los testigos.
PADRE.- ¿Qué dice?
EDGAR.- Que faltan los testigos. No se puede celebrar una boda sin testigos.
PADRE.- Rosalía y yo seremos tus testigos; tú y yo seremos los de ella.
EDGAR.- ¿Y el contrato? Hay que firmar un contrato.
PADRE.- No es necesario ningún contrato.
EDGAR.- Al contrario, padre. Si no hay contrato no hay boda. El contrato es lo más importante. Suerte que siempre llevo uno encima ¡Y por triplicado!

Edgar saca un papel del abrigo y lo pone encima de la mesa.

PADRE.- ¿Qué es esto?
EDGAR.- ¡El contrato nupcial! (El padre intenta leer. Edgar le quita el papel de las manos) Son sólo palabras.

El padre se inclina sobre la mesa y derrama el vino sobre el papel. Rosalía se levanta con rapidez, saca un trapo del bolsillo y limpia la mesa.

EDGAR.- Suerte que aún me quedan dos copias.

Edgar deja otro papel sobre la mesa.

PADRE.- Continúo. Hermano Atanasio ¿Quieres a Rosalía por esposa?
EDGAR.- No me llamo Atanasio.
PADRE.- No importa. Di que no la quieres.
ROSALÍA.- ¡Papá!
PADRE.- Habla, Atanasio. No la quieres y nunca la has querido. Confiesa, y os caso. El amor es un problema de convivencia. Si hay amor me niego a casaros...
ROSALÍA.- ¡Padre!
EDGAR.- No hay amor, nunca hubo amor ¿Verdad, Rosalía? (Guiña un ojo)
PADRE.- Entonces ¿No os amáis?
EDGAR.- De ninguna manera.
ROSALÍA.- Jamás he sentido por él tanto odio como esta noche.
PADRE.- Eso me figuraba. Podéis firmar.

Ambos lo hacen. El padre va a levantarse. Edgar lo retiene.

EDGAR.- Aún queda un detalle.
PADRE.- ¡Ah, sí, sí! Disculpa.

Se inclina sobre el contrato y vuelca el vaso de leche sobre él. Edgar se levanta, furioso. Rosalía limpia la mesa y le mira. Edgar se calma.

EDGAR.- (Muy amable) Aún tengo el último ejemplar.

Lo deja sobre la mesa. Vigila al padre.

ROSALÍA.- ¿Firmamos?
EDGAR.- Claro.

Ambos firman.

PADRE.- Puedes besar a la novia.

Intenta levantarse. Rosalía lo retiene.

ROSALÍA.- Padre, falta usted.
PADRE.- ¿Qué deseas que haga?
ROSALÍA.- Firmar... el contrato.
PADRE.- ¡Ah, claro, ya recuerdo!

Se inclina sobre la hoja. Edgar, nervioso, coge el vaso de agua. El padre lo mira con curiosidad.

EDGAR.- Tengo sed.
PADRE.- Ya se lo advertí hace un rato.

Edgar bebe de un tirón todo el vaso. El padre coge el bolígrafo.

ROSALÍA.- ¡Padre!
PADRE.- ¿Padre? Sí, claro.

Rosalía duda si detenerle. Edgar cruza detrás del sofá y la sujeta de las manos. El padre levanta el documento y lo agujerea con el bolígrafo.

PADRE.- ¡Oh, qué torpeza!
EDGAR.- No importa. Aún puede servir.
PADRE.- Entonces ¿firmo?
EDGAR.- Firme.

El padre se quita la peluca y mira a Rosalía.

PADRE.- ¿Lloras?
ROSALÍA.- No, padre, ¿por qué iba a hacerlo?
PADRE.- Aún estás a tiempo de impedir la boda.
ROSALÍA.- No, padre. Firme.
PADRE.- (Firma) ¿Eres feliz?
ROSALÍA.- (Abraza a Edgar) Sí.
PADRE.- Eso es bueno, porque ahora os tenéis el uno al otro. ¡Los dos polluelos! Yo os bendigo. Sí, tenéis mi bendición.

Comienza a romper el contrato en pedazos que introduce dentro de la peluca.

EDGAR.- ¿Qué hace?
PADRE.- Intento que esta unión no se deshaga jamás.

Termina de romper el contrato y tira los pedazos sobre ellos como si fuese arroz. Edgar se agacha a recoger los fragmentos. Rosalía le imita.

PADRE.- Por siempre, por siempre.
EDGAR.- ¡Viejo loco!

Coge el bastón por el mango y comienza a golpearles.

PADRE.- Por siempre saldréis de esta casa. Por siempre (Rosalía y Edgar huyen por la derecha) ¡Y juro que jamás volveréis a pasar por esa puerta!