domingo, 16 de octubre de 2011

Las Muchachas de Avignon


Esta noche, solitario,
Despierto, en mi habitación,
He soñado con Picasso,
He tenido una visión:
No me hacían ningún caso
Las muchachas de Avignon.

La primera, enojada,
No mostró ni compasión.
Puso cara avinagrada
Y sin dar conversación
Ni merecí su mirada
Ni me mostró atención.

La segunda, al contrario,
Me observaba con fijeza.
“Estás gordo” resumió,
y añadió, “por pereza”.
“Esa barba tan poblada,
tan densa, rígida y negra,
no me gusta”. “Pues lo siento,
no soy de otra manera”.
Y la dama, asombrada,
Levantó entrambas cejas.

La tercera afirmó
Que no le agradaba el arte
Pues era excusa de vagos,
Pretexto de maleantes.
Era inútil convencerla,
De poco sirvió hablarle,
Pues estaba convencida
De que yo era un tunante.
“A otra con ese hueso- gritó-
y camina hacia otra parte”.

La cuarta muchacha, orgullosa,
segura de ser hermosa,
Pero también de ser sabia
Me dijo: “Vamos, mueve esa labia.
Si me conquistas mis besos
Te llevarán a la locura.
¡Anda, trata de colocarte
verbalmente a mi altura!”.
Yo recité mil palabras,
Suavemente, una a una,
Intentaba que mis versos
Fuesen como el agua pura.
“No es suficiente- me dijo-.
Sufrirás, no tengo dudas”.

La quinta me daba miedo
Con  su expresión de enojo
Mientras guiaba sus ojos
Por mi barba y por mis cejas.
“Moisés- dijo- ¿por qué no dejas
que bese tu cara suave?”.
Y yo, asustado y amable,
Ante el terror de sus labios
No quise hacerle un agravio
Pero tampoco acercarme.
Fingí que miraba la hora
Y mostré mi desaliento.
“No sabe cuánto lo siento,
siempre despierto a la aurora,
tal vez en otro momento...”.
Abrí los ojos, y ahora
¡Les juro que me arrepiento!