- Sí, pero qué cuestan las manzanas- preguntó la oronda señora, incapaz de probar la fruta.
- Una manzana no cuesta lo que cien naranjas- respondió con una sonrisa el comerciante.- Pero, me temo, una naranja no cuesta lo que cien manzanas- añadió, muy serio.
- Entonces, ¿cuál es su precio?
-¿No ha entendido nada? Una manzana no cuesta lo que cien...
- Yo no voy a comprar cien manzanas- dijo la señora, confundida.
- Yo no voy a venderle cien manzanas- repuso el comerciante.
- ¿Y cuánto cuesta un kilo?- repitió, con angustia, ella.
El comerciante escupió al suelo, miró a las alturas y sintió que no podía seguir hablando con la misma amabilidad ante un público tan ignorante.
- Dudo mucho- dijo- que ninguno de ustedes tenga capacidad suficiente para adquirir alguno de los productos que mercadeo.
Recogió con rabia la fruta: las manzanas en una mano, las naranjas en la otra. Después se alejó, moviéndose como una marioneta, según lo hacía inclinarse el peso de cada bolsa.
jueves, 29 de julio de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)